Publicado el 20 de Junio de 2022, Lunes J.J. Caballero
Cultura - Las noches en que lo furtivo suple a lo cotidiano, si es que
ambas no son ya una, se cometen los verdaderos actos eximios. No importa qué ni
quién ni cuánto ni cómo, ni que no haya asientos suficientes para asistir a la
continuación de la fiesta, solo importa el cuándo o el dónde o el qué o el
porqué. Al día siguiente, con sus respectivas noches venideras, vislumbrar un
nuevo horizonte de pegamento para que las heridas no sean solo de guerra será
la nueva misión a cumplir. O la vieja visión a fundir. Tanto da que cuanto te
dan, y ofrecer a estas alturas es la moneda del cambio del olvidado y manido
cambalache de sentimientos. Entran en juego entonces las manos ansiosas, las
bocas fundidas a negro, los dientes teñidos de sangre y de deseo, los cabellos ralos
y rugosos en el cuero. Un duro trabajo para los bomberos del atardecer y los
plañideros del amanecer, que apagan el fuego del amor antiguo con coñac de
batallas perdidas. El que se sirve a la vuelta del otro desengaño, el que se
hierve a la suerte del postrer apaño. Todo lo que vendrá después.
A
resguardo del turbión me guarezco y me regodeo en el desenlace. A él se ha de
llegar tras caminos de camisas de fuerza, empedrados de asco y miedo y
vergüenza. Conjunciones para un apocalipsis de mentira. Atenciones para un
renacimiento de segunda. Las musas son las de tercera división, entonando el
ora pro nobis que nos llevará al aire. Bajo el temporal dos amantes rotos
anuncian un abrazo partido en dos. Veo sus siluetas alejarse al son que marca
la hierba mientras crece. Me tumbo en el suelo a oírlos llorar, despidiéndose
en silencio, marcando la distancia entre la justicia y la infamia. Hay tantas
cosas por las que lamentarse y tan poco tiempo de pararse a pensar en ellas que
las ideas urticantes verberan en la verbena de la lluvia. A las plantas lo que
es del agua y al mar lo que es del cielo. Entresuelos para hablarle a los
muertos. Cortafuegos para contestarle a los vivos. Vivir ya es solo gratis para
quien dejan vivir a los demás, para los que no juzgan ni quieren ser juzgados
por lenguas de hiel. El amargor y la amargura. El ardor y la cordura. El sopor
y la hartura. Seres dilectos contra sones predilectos. Adiós y hasta nunca.
El
cálculo se hace a ojímetro para que no quede constancia del instinto pugnaz que
fuerza por salir a la luz. Cuento con la anuencia de la multitud muda, empeñada
aún en reivindicar causas que ya pasaron al archivo de los males menores una
madrugada sin fin ni principio. Entretanto, el pájaro de mal agüero alza el
vuelo, puede que vaya a por otros como yo, o tal vez roce con sus alas las
plumas de otro de perfil más bajo y honestidad más pura. Como nosotros, que nos
enzarzamos en cuitas sobre planetas paralelos y desiertos por habitar. Llevamos
los adminículos correctos y efundimos las sustancias adecuadas, solo falta que
haya un público dispuesto a escuchar. A escudriñar y acatar. A rapiñar y
atacar. La historia de la humanidad está llena de agresividades en pro y
contra, de castaños que dan nueces verdes y almendros que germinan en bellotas
carmesí. Un jardín multicolor en un tiempo que tiende al gris oscuro. Al
oscurecer acudo ufano a recoger los seráficos bienes como recompensa a la
paciencia. Que alguien nos pille confesados, porque comulgados y expulsados del
paraíso ya lo fuimos una vez. Allí bebimos el aloque de nuestros santos pecados
y nos quitamos de una vez por todas el bozal del miedo eterno. Del bocoy que
nos prohibieron expulsaron el líquido sanador y solo tuvimos que entreabrir los
labios para recibirlo enloquecidos. Nos quedaba apenas el rumiajo, que también
fue desechado en el enésimo acto de constricción. Nada que objetar, señorías.
Para
la próxima comparecencia prometo mostrarme igual de languciento por demostrarme
a mí mismo y a quien proceda que no lo volveré a hacer más. No es que lo
sienta, ni tampoco que lo presienta, aunque a lo mejor disienta del modo en que
lo pienso. Ni yo mismo, ni nadie, sé a qué atenerme cuando suenan las campanas
advirtiendo de la penúltima llamada. Al casting del circo de los ciegos se presenta
el sordo sin intérprete ni lengua de signos propia. Y así, sacando las cosas de
quicio y adjudicando lugares equivocados a las cosas importantes, va pasando la
vida. Nos limitamos a comer lo que otros han guisado y no se admite ni un
mísero pestañeo como postre. Carne de cañón en la encrucijada, eso somos.
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 Noticia redactada por :  J.J. Caballero
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