Publicado el 17 de Diciembre de 2023, Domingo José Gordón Márquez
Azuaga - Opinión -
Este era un rey que
tenía un palacio de diamantes… No, perdón. Esta es otra historia de un
hermoso poema del gran vate nicaragüense Rubén Darío.
Este era un rey que
tenía un reino floreciente. Estaba rodeado de súbditos leales con mucha experiencia
y fieles a su persona. Cuántas veces sus nobles lo ayudaron contra las intrigas
de palacio ejerciendo de apaciguadores del reino cuando estuvo revuelto.
Cuántos servicios prestados sin interés ni doble sentido. Gente de buenos
principios. Gente de honrada conducta. Amigos perseverantes con intenciones
honestas.
Es por eso que el viejo
rey, rodeado de su familia y deudos en el lecho de muerte, dijo a su hijo: - Tú
heredarás el reino cuando yo ya no esté. No arruines lo que tanto ha costado
levantar y mantener. Rodéate siempre de mis leales; ellos te ayudarán sin
ponerte condiciones. No te desprendas nunca de ellos. Los buenos amigos son un
tesoro. Sus sabios consejos mantendrán firme los cimientos del imperio.
Hubo un rey mató el
primer día de su reinado, tirándolo por una ventana, al hombre de más valía y
confianza sólo porque le importunaba. El de esta historia, sin hacer caso del
consejo del padre, fue despidiendo uno tras otro a sus hombres serviciales; a
unos con diplomacia y a otros con descaro. Fue su primera torpeza. Como era
amigo de elogios y alabanzas cometió la segunda, y fue dejar una ventana
abierta por donde se introdujeron los aduladores, los pegadizos, los
presuntuosos… Lo que ocasionó la división del reino. Y donde debía haber paz,
había guerra.
Al principio
funcionaban bien, era como una balsa de aceite. Pero como carecían de los
factores que se necesitan para construir, levantar y mantener, pronto mostraron
su verdadero perfil. Empezaron con el mismo impulso con el que sube un cohete
al espacio, pero como eran pólvora mojada se desintegraron sin una lluvia de
estrellas. Pronto se desprendieron de su careta mostrando un rostro de
cansancio y, distanciándose del rey, se fueron evadiendo con excusas de las
funciones en las que entraron con ímpetu arrollador. Al diluirse sus afeites se
vio, como en planta macilenta, que la savia que corría por sus arterias carecía
de glóbulos rojos para poder transportar oxígeno, con lo que venían a mostrar
que todo fue un teatro con un estudiado decorado.
Y se vio solo. Porfió a
los antiguos amigos de su padre a los que él mismo había echado. Pero todo fue
inútil, éstos ya no quisieron volver. Después lo intentó con voluntades
compradas extendiendo la mano con actitud pordiosera. Nada de nada.
Este rey, que bien pudo
llamarse el Hechizado, dejó su reino en un estado lamentable. Le acarreó un
grave conflicto, y puso sobre los hombros de su sucesor una losa muy pesada.
Dicen que cuando partió a su exilio forzoso, volviendo la cara a su pueblo y
recordando sus graves torpezas, a punto estuvo de quedar convertido en estatua
de sal.
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Noticia redactada por : José Gordón Márquez
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