Publicado el 15 de Febrero de 2024, Jueves José Gordón Márquez
Azuaga - Opinión -
Tal vez este verso de
Weldon Kees, con el que pongo título a mi escrito, no traiga exactamente consuelo;
pero la tragedia es tan grande, que es difícil tener una pizca de
esperanza.
Cuando el fatídico 11
de septiembre las Torres Gemelas se vinieron abajo por el criminal atentado,
emergían al mismo tiempo la cólera y el odio en todas las conciencias. Un
crimen contra la Humanidad nunca podrá tener disculpa. Los culpables merecen un
castigo; además se ha atentado contra la libertad y la democracia, y nadie debe
ponerlas en peligro. Matar, nunca es justificado.
En esta fecha presente,
25.000 personas han muerto en la Franja de Gaza desde el comienzo de la
contienda. Miles de personas se manifiestan por toda España por el “fin del genocidio”
en Palestina. Y van pasando los días y a medida que aparecen nuevos cadáveres,
van surgiendo en nuestras mentes preguntas: ¿Será una guerra justa o sucia,
llevados por el coraje del honor perdido?. ¡No hay guerras
justificadas!.
Y aunque el aire nos
traiga ráfagas de castigo justificado, también nos susurra algo de crímenes e
injusticias. Morirán muchos inocentes. No es que por los graves acontecimientos
florezcamos ahora predicadores como en los tiempos mesiánico, el abuso y
el desentendimiento de los poderosos hacia los débiles clama al cielo, y
desde hace mucho tiempo se viene denunciando; las 3/4 partes de los humanos
pasan hambre; en los campos de refugiados viven en condiciones infrahumanas;
sus casas han sido destruidas y arrebatadas; y no nos ha movido; nos hemos
acostumbrado a las lágrimas infantiles y sus cuerpos exhaustos. Ya el planeta
sonaba a vidrio quebrado y Dios quiera no salte en pedazos.
Dije antes,
desentendimiento. Qué bien aprendimos la respuesta bíblica: “¿Es que soy yo el guardián
de mi hermano?”. Pienso que Dios pudiera haberse evitado la molestia de poner
dos querubines a la puerta del Edén con espadas flameantes para impedir la
entrada; si luego los hombres íbamos a poner nuestro empeño de no querer vivir
en un paraíso, haciendo del mundo un lugar inhóspito, resistente al bien. En
algunos aspectos hemos avanzado muy poco desde los albores de la Humanidad. Los
hombres somos lobos para los hombres.
La tierra de los dioses
y turbantes se despierta con túnica carmín al toque de clarín. Y no echemos la
culpa solamente al fanatismo religioso; hay muchas víctimas de otros
fanatismos...Al final legaremos a la historia (si queda historia), las
consecuencias de un desenfrenado egoísmo, que dejará un mar de lágrimas amargas
y un negro prólogo; pero muchos respirarán satisfechos de haber lavado su
ofensa.
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Noticia redactada por : José Gordón Márquez
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