José Gordón Márquez

Azuaga - Opinión -

Majestades: Soy una joven de 25 años educada en la religión católica. Somos siete hermanos y mis padres siempre nos han conducido por el camino de la verdad y nuestros actos, al margen de nuestras flaquezas, suelen ir por el camino más recto que podemos.

Me llamo Almudena. Hoy vuelvo otra vez a mi soledad, esa soledad que al espíritu contrariado le lleva a refugiarse en su interior. Hoy estoy deprimida. Miro a mi alrededor y la visión del mundo con la que se nace y con la enseñanza que se recibe por parte de los progenitores no es la misma. Este año la Navidad será como todas: Muchas luces, muchos derroches, muchos cánticos sencillos que a fuerzas de oírlos nada nos dicen ya. Guerras, hambre, terremotos, donde los muertos se cuentan por miles por no tener la suerte de poder construir sus casas con cemento y, en medio, la proclamación del amor.

¿Qué amor? La moral, la justicia, el orden, se han falseado con el hollín de los tiempos.

Comprendo que en parte las arrugas de los ancianos son debidas a los golpes y las decepciones. Creyeron una cosa y encontraron otra. No quiero ser pesimista, pero ahora veo cargada de razón las palabras de Nietzsche: “¿Es esto la vida?, le diré a la muerte: ¡Muy bien!  ¡Pues que vuelva a empezar!”. En este circo que es la humanidad, la Iglesia tampoco se salva. Ella que debería ser fuente de la verdad, tengo muy claro que no lo es.

Estoy en paro y mi expediente solicitando una plaza para clase de Religión, se muere de risa. Por tres veces una mano de la jerarquía eclesiástica señala: “Ésta ha de ser la que ocupe la plaza.” Y mi currículum vuelve a ponerlo abajo, en el fondo del olvido. Mi padre se resiste a creerlo y cree contra toda corriente. Y estas navidades, queridos  Reyes Magos, no se diferenciarán de las pasadas. Pero antes de pediros cosas para mí, os pido por los más desfavorecidos. Traed en vuestros carros celestiales un pensamiento nuevo para el mundo, para que haya justicia y riqueza equitativamente distribuida.