Publicado el 17 de Febrero de 2023, Viernes J.J. Caballero
Cultura -
Si no saben bailar, búsquense un espacio y un horario libre
y empiecen a practicar; si no saben hablar en privado, ni lo intenten en
público; si no saben convencer a una sola persona, olvídense de intentarlo con
muchas; si deciden regresar para siempre, no les será posible volver a irse.
Así podríamos seguir hasta el infinito y parte del más allá, más aquí que ahora
y más nunca que en otro lugar. Son las contradicciones cotidianas las que
alientan mi devenir, a estas alturas no deberían extrañarse. Es solo música sin
palabras, renglones sin versos y bocas sin lengua lo que guían estas líneas,
demasiadas veces escritas al libre albedrío de la libertad sin brío. No hay
parangón que valga, no existe razón que salga. Los colores de hoy lucen
rozagantes, llenos de lujuria implícita y aires de una grandeza fingida. Son
las sombras de mañana y los restos de un ayer glorioso en su enorme miseria. De
aquellos polvos nacieron estos lodos, de esos límites surgieron aquellos
nacimientos. Es en el resurgir donde encontraremos el reposo y la calma
perseguidas durante tanto tiempo. Sin pensar en la sandunga que amenaza con
provocarnos, siempre hay tiempo para relamerse en la última frustración.
Abran
las compuertas y sabrán por dónde les viene el viento; separen los alféizares y
verán cuándo les sopla el cierzo; descubran los techos y oirán cómo les ladran
los perros. Hemos pasado de ser buenos acompañantes a estar mal acompañados.
Una cuestión de malas elecciones, dirán algunos; solo un asunto de heridas y
corazones, afirmarán otras. El caso más flagrante es el de aquel que no logró
levantarse tras el último golpe asestado y acabó venciendo a todos sus enemigos
después de muerto. Todos creeríamos que era imposible de no ser porque
ignorábamos que en verdad sí que era posible. Como la alegría que nos inunda
después de dar rienda suelta a nuestros deseos y ser correspondidos en el
empeño, cuando la soledad se convierte en necesidad no hay nada que nos haga
dar marcha atrás. Habrá que llamar a alguien para justipreciar nuestras almas y
reconquistar el peso perdido en mil sueños de alcoba, cuando nos veíamos desde
arriba pero elevados o nos escuchábamos desde abajo pero no pisoteados. También
sería propicio localizar las partes más túmidas, donde se agolpan las injurias
y los menosprecios y nada es más oscuro que la propia razón de ser. O la
sinrazón de saber. Y a la sazón, el no poder. Será peor el reconocer que se
sabe y no se termina de poder, o el reconcomer lo que se puede y no acaba de
saberse. La ignorancia otra vez, la diosa de todas las cosas posibles e
imposibles, el mayor mal de todos los tiempos. La ataraxia, una enorme losa tan
fácil de levantar como sencillo es darle el mando a cualquiera que pueda
hacerlo.
Hace
tanto frío que es difícil discernir cualquier contacto humano del calor de
algún animal. Al final, es lo que somos o lo que seremos cuando ya el hielo que
nos consuma no sea más que el del tiempo inmarchitable. Tenemos tantos límites
que no salimos de nosotros mismos por miedo a descubrirlos. El confort era esto,
y cada vez que lo pienso llego a la misma conclusión: Si pisamos territorio
común, ¿por qué no llegamos a ningún acuerdo? Debe ser por la dichosa patulea
que nos solivianta y nos impide pensar con claridad, o al aljófar de los
primeros minutos del día, que perla con imágenes amables el recuerdo permanente
de las obligaciones por cumplir. Al día siguiente, la sangre volverá a encajar
la letra y los modos se ajustarán a las formas. La luna y el río. El cerebro y
la piel. La pared y la puerta. La sombra y la luz. El no y el quizá. El para
cuándo y el por qué. No queramos buscar más problemas, ellos ya vendrán solos,
como lo han hecho toda la vida. Hubo en tiempo en que veía a seres ojienjutos
dispuestos a forzar una emoción no consentida, y a cultiparlistas divagar sobre
la necesidad de ser comprendidos. Solo por burlarme de todos ellos, describiría
aun a riesgo de ser tachado de algo parecido lo jarifos que eran entonces,
cuando no había nadie que los escuchase. ¡Qué bonita es la indolencia!
Hasta
que el sol entre de nuevo en el salón sin pasar por los demás cuartos y hasta
que no se le vea el final al cuento, que es básicamente lo mismo, seguiré dando
vueltas sobre mí mismo y enseñando a pronunciar palabras que serán difíciles de
recordar, sobre todo porque rara vez serán pronunciadas. Mientras tanto, nos
comeremos el postre antes del primer plato. Porque nosotros lo valemos.
Disco del mes: The Smile – A light for attracting attention
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Noticia redactada por : J.J. Caballero
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