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DESDE EL JERGÓN
Publicado el 16 de Junio de 2023, Viernes

J.J. Caballero

Cultura -

Lejos de achicarse, cuando vienen mal dadas y peor vendadas lo ideal es simplemente tomar distancia. Los metros, o milímetros si es necesario, que marcan la diferencia entre lo necesario y lo preciso son los mismos que miden la diferencia matemática entre el cero y el infinito. Finitud y senectud no son ni siquiera sinónimos, más bien complementos directos. La gramática de un sonido imposible de percibir e improbable de pervivir. Los signos de puntuación de un armario vacío. El sofisma eterno ante el que rendir cualquier argumento carente de sentido. Es la época de las mentiras, de verdades a medias vertidas en medios vasos de cartón piedra. De sentimientos que rozan en vez de tocar. De presentimientos que hozan en lugar de hocicar. Ante el primer problema, la enésima carencia de soluciones. En esas estamos y ante estas estallamos, porque por si aún hay alguien que se empeñe en no saberlo, los credos siempre existieron para ser revertidos por el lado oscuro y revestidos por el lado obtuso. A la realidad se llega por distintos caminos, y ninguno de ellos fue hollado jamás por el calzado adecuado.

Tragarse los avatares a fuerza de enteógenos, sin recurrir previamente a experimentación alguna, solo puede implicar la búsqueda de una sabiduría remota, etérea y global a la que muy pocos tendrían acceso sin dejarse la piel pegada a los huesos. Los usos y costumbres nos usan después de acostumbrarnos a roer los dientes del vecino de pupitre. En el curso que nunca acaba los profesores imparten un temario inédito y las maestras acuden al tocador para darle un vuelco al sistema. Ya se sabe que es inútil imbuirse de roles feéricos cuando nadie ha empezado siquiera a escribir el guión del nuevo cuento de hadas y también ignoramos hasta cuándo podremos fantasear con un mundo peor. Es el signo de los tiempos, el sino de los vientos. Al cambio de lo que era por el recambio de lo que fue. Nada que no se haya previsto sin tener que ajustarnos las gafas de cerca. Las mías solo funcionan en distancias largas, como protestando por su inmutable condición de apoyo. Lo que vemos es solo un reflejo de lo que fuimos; lo que seremos no es más que un reflujo de lo que miramos. Habríamos de pulir las aristas de la percepción, con o sin ayuda, y aceptar que las cuestiones aún siguen abiertas, como las heridas, y que en las esquinas siguen adormecidas las sombras de muchos y muchas que decidieron dejar de caminar.

Los que aún pensamos que ya no hay ninguna entrada decente al paraíso, sobre todo porque el páramo imaginado jamás existió, insistimos en el individualismo como fin y medio de todo lo divinamente aceptable y humanamente accesible. La poliginia no fue considerada ningún don pero sí una virtud a la que se entregaron distintas civilizaciones, y posteriormente el propio impulso humano por divergir la convirtió en algo que nunca pretendió ser. Del mismo modo, la libertad y la capacidad de autogestión fueron ganando terreno ante el conformismo y el oleaje que arrastra y nos arrastrará. Introduzco el pronombre para remarcar, que no enmarcar, lo convulso de una genética que se remonta más allá de términos antropológicos. La vituperación es un mal menor, habitual entre quienes no se aceptan a sí mismos y escupen acerbamente su frustración, pero lo más grave es lo eglógico de su mensaje, hundido en la endogamia y fundido en la infamia. Nunca lo sabrán, envueltos en discursos antediluvianos que los ahogan en la nada y nos conminan a envejecer sin despertar de una vez. Todo ha cambiado, o algo va a cambiar.

 

Porque del deseo al fuego solo hay una yesca de distancia, prefiero clamar con un discurso ecoico que se retroalimenta y refulge con furia en medio de la incomprensión colectiva. Ya vendrán las próximas mentes privilegiadas, arqueando las frentes y asqueando a las gentes, a decirnos qué, cómo y cuándo vamos a ser definitivamente felices. Gracias a ellos, claro. Por medio de ellas, por supuesto. Nos contarán que están aquí para salvar al mundo, y algunos huiremos por la misma última puerta por la que hace ya tiempo dejamos escapar nuestros sueños. Ahora solo lo tenemos, después de no haber descansado en días, semanas e incluso años. Va siendo hora de enloquecer.

  

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J.J. Caballero

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