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Cultura
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POR J.J. CABALLERO
DESDE EL JERGÓN
Publicado el 16 de Mayo de 2017, Martes

Lourdes Paredes Cuellas

Cultura -

Desde que todo terminó la vida volvió a ser igual que antes. El viento soplaba entre los árboles con la misma ineficacia que antaño y los pájaros ya no se volvieron a detener a degollarse en balcones abiertos y fríos hasta el amanecer. Todo ser vivo con una mínima capacidad de sentimiento se abortaba a sí mismo ante las inclemencias de un tiempo que estaba por venir y devenir en otro proporcionalmente húmedo y aterrador. El hielo, el terrible hielo de aguja que se clavaba en el corazón, ese fiel amigo que prometía acompañarte hasta el fin de los días atiborrándose de sangre coagulada y olor a perro viejo, vuelve a amenazar con quedarse y calar. Calarte y calarse. Callarse y caparte. Cansarte y calzarse. Casi no queda tiempo para nada más.

Inclinada hacia el lado falible del saber, nublada la conciencia por el proscenio de un teatro sin función de tarde, las ramas amigas se cuelan por el ventanal y escalan hasta las nubes de dentro, las que llueven lágrimas y truenos y tempestades y bufidos. El mundo aún ruge insatisfecho. Parece mentira que no podamos evitar cortarle las manos al espantapájaros y dibujar su media sonrisa en medio de la nada, al borde de caminos bifurcados en una infinita espiral de cuencas y recovecos que conducen a otros brazos, siempre a otros lechos, a veces a otros tactos. La pretensión no era esa, solo se trataba de permanecer aforados, inmunes a toda desesperanza, proclives a la autoinmolación y sabios en un mar de ignorancia. Navegamos únicamente para llegar a tierra, trasegamos solo por alcanzar las piedras, castigamos con el mero fin de sesgar la guerra. Que violen a la paz mundial, y que goce como nunca con el forcejeo. Del limo de aquellos días viene el timo que ellos querían. Universal, redondo, perfecto. Como si algo no terminase de funcionar mientras todo va sobre ruedas. El conocimiento a la inversa.

Convendría saber en qué corriente nos incardinan y a cuáles corolarios pertenecemos en función de nuestras obras. Las clases sirvieron de poco, a poco que los apócopes se apoquen, y la vida después se volvió más fácil mientras el engaño nos apresó con sus tenues garras. No pasaría mucho tiempo antes de que las aguas volvieran a su cauce natural, del que jamás debieron salir, si es que aún nos permiten disentir. Todo es cuestión de mantenerse en pie, no hace falta caminar, observando el ritmo que marcan las distancias, acariciando el sabor de la venganza y saboreando el dolor de la semblanza. Respecto a los demás, todos somos culpables por nada e inocentes por todo. Una habitación con vistas al maremoto que se refleja en el agua sin temblar por ningún contorno. Se difumina el perfil y nos parece que al desfigurarnos resultamos ser seres esencialmente sinceros. Quítennos la piel, móndennos y verán lo avieso de nuestras tripas, lo ominoso de un alma oscura y rebelde lo antojadizo de una lluvia que va y viene sin tener en cuenta nuestros deseos. Ya no hay melindres que enmascaren lo innombrable, ni objeciones que expresar a nuestra espalda apuñalada, tras la que quedó la oscuridad habitada e inhabitable, habilitada por lo inevitable y hacinada por lo incontestable. Hablen, no paren de reír.

Al observar cómo las tolvas engullen todo tipo de material de desecho pensamos en muebles nuevos en un día de niebla, buscando la luz donde solo hay vestigios y arrastrando el orgullo a tientas por habitaciones vacías y ajenas. Por muchas admoniciones que podamos recibir, ninguna surtirá el efecto debido mientras estos pies muestren sus uñas salvajes y estos espasmos nos aprieten las gónadas con la fuerza de mil leones en celo. Al desdoro que nos acompaña allá donde pongamos nuestros pasos siempre le seguirá el decoro que nos amaña cualquier caso perdido de antemano. Al final todo lo que encontramos al paso se torna en tumor maligno, como si alguien quisiera reconstruirnos el cuello con trozos de pupilas muertas para que podamos ver por encima del hombro. Cosas que no importan. Casos que no reportan. Casas que no confortan. 

Hace demasiado tiempo que vivimos infectados, afectados por bacterias que nada ni nadie puede controlar. La verdad es que deberíamos habernos dado cuenta mucho tiempo atrás, pero la anestesia era demasiado potente y la gimnasia insuficiente para ponernos en guardia. Ya no, ya no hay razones para continuar la farsa. Después de perderlo todo, la fuerza reside precisamente en eso, en pisar fuerte el fondo para reafirmarnos en nuestra victoria.

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