Publicado el 18 de Mayo de 2015, Lunes Lourdes Paredes Cuellas
Cultura - Cuando me cuentan cuentas
que no me creo ni me cuadran los cuadros de los cuentos que creen contarme,
tiro por la calle de en medio y enarbolo la enseña de la irresponsabilidad. Y
ustedes dirán que eso puede ser un acto incívico, pero no, aun en el caso de
que lo fuera a nadie debería haberle importado un bledo. Curiosa palabra esta:
bledo. No es una planta, ni un avión, ni un aperitivo de diseño, ni un
ingeniero eslovaco ni el nombre de una aldea perdida en la montaña, sino una
forma de hablar estentórea y pagana. Más palabras que nadie quiere leer. Como
cadenas que solo unos pocos querrían arrastrar o líneas de puntos que el niño
más torpe trataría de rodear en lugar de unir. Contradicciones de nuestro
tiempo.
El marchamo de una mala
conciencia viaja pegado con cinta aislante en la bodega del próximo vuelo
privado. En su interior, equipajes sin dueño adormecidos por el vapor de
cientos de países en llamas discuten sobre quién será el primero en perderse a
su llegada al destino. Mientras cada cual recoge sus culpas de la cinta, en el
otro punto cardinal alguien con sus mismas huellas dactilares indica a los
pasajeros el punto de salida donde les esperará el traslado al sótano. Salgan
con cuidado, por favor, y no estorben a la autoridad. Están iletrados aún, son
los emisarios chuscos de una presciencia infinita e ignorada por el mundo. Sin
rumbo ni dirección, tirados en medio de la calle, lanzados sin pérdida ni
beneficio. Las bolsas tienen las asas enlazadas y agujeros en los lados para
ser transportadas sin incomodidad alguna. Saben lo que quieren y quieren saber
aún más. Viven en la más cruda de las primaveras y morirán en lo más granado
del siguiente otoño. Estación de paso tras la que mueren las vías. En el camino
ya hemos cambiado de locomotora varias veces y el barco sigue siendo de vapor.
Las ruedas las ponemos nosotros, sin llantas ni cubiertas, y el volante solo
gira hacia la izquierda. Pobres mancos de alma, sin corazón que les lata en la
otra parte del pecho. Bombas de relojería.
Adivinen si la presciencia
les ha sacado alguna vez del apuro elegido. A mí no, desde luego, y miren que
lo he intentado. Aunque mi forma de ver las cosas distorsione a menudo la
realidad y parezca vivir en una burbuja extemporánea, mi percepción no deja de
ser borrosa. Y no me digan que es justo eso lo que todos buscan, el resolver su
futuro de forma rápida y sin enmienda, uniendo las palmas de las manos para que
se confundan el pasado y el presente en un río de vital importancia para el
porvenir. Ríen las fauces de la bestia. Vestía de negro y recordaba todos los
números. Numerosos salmos se elevaban al poder. Poderosos y atados de boca y
labios. La vio y enfermó al instante. Instantáneas reveladas al revés.
Revestiremos los recuerdos y los cascajos que nos restan harán el trabajo que
no somos capaces de hacer. Cerdos en el matadero. Sinapsis de los mismos
nervios.
Cuánta ufanía en ignorar
todo lo que se ve. Se oye menos de lo que se escucha, y eso no es mala señal
después de que nos adelante por el centro la melopea de anteanoche. Es nuestro
refugio secreto y aquí nadie debe acudir al rescate. Déjennos hundirnos en
nosotros mismos como hemos hecho desde que la vida es vida. No duden nunca de
que la especie humana es esencial y antropológicamente detestable y que devora
a sus hijos con la misma facilidad con la que los engendra. Engendros, eso
somos, y en fantasmas nos convertiremos, aunque conozco ya a muchos con
defectos de sábana y excesos de cobertura. A ciertas alturas no debería estar
permitida la existencia. Únicamente al
acendrar los pensamientos y dejarlos secar al sol alcanzaríamos el karma y ese
velero ensoñado en el que abandonarnos a placer, sin tomarnos el tiempo
necesario. Bañándonos en la maravillosa sensación de esperar eternamente un
rescate que no llegará, afortunadamente. Si las cosas que funcionan mal dan
tantos beneficios, no es menester cambiarlas, solo hace falta darles el giro
justo y como mucho una nueva capa de pintura. Volvemos a la inclusa a que nos
acojan entre algodones y falso amor. Los équidos de vocación jamás merecimos
del otro, del bueno y verdadero.
Canten estos alegres versos
y váyanse a la cama: “Soy un trabucaire, un irresponsable, un alma perdida y
sin remedio, y voy a quedarme de pie esperando que el viento cambie y que las
iglesias cambien púlpitos por pálpitos y campanarios por funcionarios. El
resultado será el mismo, pero ya nada será igual”.
Disco del
mes: Jerry Lee Lewis – Rock & Roll Time
“Derrotados que al clarear el día buscan luz para poder
dormir, esperando con la mente aturdida que la suerte les sonría al fin”
‘Almas perdidas’, Décima Víctima
(Gasa, 1982)
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