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Cultura
Hoy es Lunes, 01 de Abril de 2024
DESDE EL JERGÓN
Publicado el 15 de Febrero de 2024, Jueves

J.J. Caballero

Cultura -

Menos mal que al final el mal era menor. Contra todo pronóstico, los que abogaban por la paz y la concordia, los adalides del todo vale y el poco cuesta, subieron al escenario a inflamar con sus proclamas los pitipiés que nos trajeron hasta este lugar. Ni la tecnología moderna ni las altas prestaciones de sus lacayos nos acogieron entre sus nalgas de la manera prevista, previo pago al precio caro de sus encantos. Irresistibles e indecibles al descaro y lo preclaro de sus arengas, no pudimos resistir la tentación de responder a las nubarrones con el fuego interior, desde donde la ciudad una vez hirvió con las armas que ahora no encuentran ni en el mercadillo de guerra exterior. En algunas batallas no fuimos los fusilados, sino los héroes secundarios, los deuteragonistas que ocupaban tantas páginas en la literatura de postventa a cuyo mal servicio recurrimos cuando la diana nos fue entregada sin posibilidad de atinar en blanco alguno. Al negro nos suscribimos; al azul sucumbimos; al gris recurrimos, y al marrón nos proscribimos. Nuestro rol estaba claro antes de nacer y nadie nos advirtió del peligro de huir por la puerta de atrás sin mirar si había entrada delantera. Delante de todos y ante todo, no nos debe faltar el mínimo tiempo de cortesía, aunque sólo sea para comprobar que las sombras nos siguen acechando.

El río de la fiesta continúa su curso calle abajo. En las acequias se acentúa la mojiganga mientras el cauce se entretiene a mirar cómo las flores se autofecundan sin gracia. A falta de adarce, los restos de la mínima corriente dialogan con las sumas de la máxima pendiente. En un diálogo demencial, las voces se agrandan y se deforman como en una mascarada gigantesca y única. Las lenguas se entrelazan y las mejillas se perforan de besos afilados, mientras las navajas suenan más romas que nunca. Es ese sonido, el del vagido imposible de acallar, el que nos recuerda de dónde somos, a dónde hemos venido y dónde vamos sin salir de la casilla de salida. El pozo de los deseos y el gozo de los mareos unen fuerzas en su cita para el pluscafé, sin ser conscientes de que el roce continuo de las ansias, anterior a todos ellos, lubricará de nuevo el orificio de sus carencias. Ni en cien endécadas ni mil décadas de sombra duplicarán la oscuridad a la que ya nos han acostumbrado. El alba nos pillará albanados, soñando el único sueño posible y amañando con el último dueño imposible la posibilidad de permanecer en silencio por toda la eternidad. Viramos dextrógiros con el destino, lanzamos microgiros por el camino, ahuyentamos cualquier giro supino que pueda enturbiarnos antes de llegar a la meta. Nunca fuimos tan valientes, ni tampoco tan exigentes.

Hay tanta cáfila aullando aquí y allá que se hace difícil distinguir lo que nos dicen al oído. Es tanto el poder de convocatoria de unos pocos y el saber de exculpatoria de otro muchos que los seres cacoquimios en que nos han convertido no podemos ni debemos acudir en busca del nuevo placebo redentor. Tal vez porque no se fabrican pastillas para no dormirnos en los laureles lo vemos todo doble, cuando en realidad deberíamos aceptarlo tal y como se presenta ante nuestros ojos, con mil aristas y esquirlas con las que salpicar nuestra percepción, y eso sin que ésta se halle alterada por sustancias prodigiosas. Nos aplicamos el cuento gallardamente, con el orgullo impostado de otro tiempo y lugar y el giste rebosando por el labio superior. Encomendándose y enmendándose mientras a algún ser inferior que siempre está por encima de nosotros. Dictan majaderías por entre el mucílago de sus vísceras y dejan ver sus dientes infames entre las guedejas, juntando hilo sin puntada y filo con untada. ¿Será este el momento de levantarse en mitad del desayuno y servirlos como almuerzo frío para la cena del día después? Si alguien tiene la respuesta es que aún no se ha enterado del argumento, ni mucho menos del final, que es el mismo que el comienzo. Al principio conviene renunciar a los principios y denunciar las conclusiones, si no fuera porque luego nos damos cuenta de que son las propias las que nos devuelven al umbral de entrada. Sus escalones, llenos de hierba seca y deseos poco fiables, nos conducen a otro ascensor que, esta vez tampoco, sólo aguantará una planta con la puerta abierta y la luz roja encendida. Pulsen, pisen y pasen. Esperen, reparen y comparen. No hay nadie al volante. Igual que ayer.

 

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J.J. Caballero

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