Publicado el 01 de Junio de 2020, Lunes Lourdes Paredes Cuellas
Cultura -
Cantando como quien quiere
alejar un mal que en realidad jamás le espantó. Caminando hacia los pozos para
darse cuenta de que en el mismo pecado está la penitencia y que solo con eso no
se puede saciar sed alguna. La lluvia del porvenir y las leyes de la entropía
extrañas y enfermas que nos arrebatan una granítica resistencia a punto de
desmoronarse. No lo conseguirán. Somos más fuertes, más arrechos, más
vehementes que cien imanes juntos. Si somos capaces de ver tras el ojo de la
cerradura y revertir las leyes que nos enclaustraron podremos salir despedidos
hacia el centro del huracán. Males a contrarreloj. Sales a contracorriente.
Dales a contramano. Que no lo vean venir y sepan que en cualquier momento la
situación puede dar un vuelco fatal.
El futuro ya está aquí. Reluciente como un amanecer a la
vuelta del invierno. En las ventanas se pasea el pájaro frío que intentó entrar
en el cuarto la noche anterior, entre las migajas que nos ofrecieron y que
ahora olvidamos transmitir como herencia de la nada más absoluta. Somos entes
conspicuos en nuestra propia grandilocuencia, hartos de cercenar los miembros y
circundar los templos. Tiemblo de solo pensarlo. Pienso en solo lograrlo. Logro
con mirarlo. Miro y no veo. Leo y no escucho. Toco y no oigo. El sinsentido de
los sentidos sin sentimiento ni tiempo ni lugar. Es todo tan irracional y el
camino parece tan expedito que no nos lo terminamos de creer, acostumbrados
como estamos a tanta mentira sin contradicción ni respuesta. No son ellos,
somos nosotros. No queremos barcos sino velas para velar por los bancos que
quieren y remar a mar abierto y puertas abiertas a la oscuridad. Es su guerra,
pero también la nuestra. No nos dejaremos engañar ni nos engañaremos dejando de
ser quienes éramos antes.
Avanzando por un pasillo hipóstilo que alberga las más
profundas inquietudes, las nunca dichas ni siquiera pensadas. Apenas bocetadas
en la mente obtusa de lo no requerido, pagan el tributo de lo indeseado, el
escorbuto de los indeseables, el impoluto plan de los deseos. Si no los
expresas se quedan ahí, aguardando el momento de volcarse en forma de verdad,
esperando ser por fin redimidos de su propia condición de imposibles. Dejan de
hablar. Cejan en exhalar. Vejan en esperar. Somos el acerico para sus agujas,
ya cada vez menos afiladas, porque se les olvida que cuanto menos espacio nos
dejen más cabezas pueden pensar a la vez y la falta de proximidad puede ser
infinitamente más peligrosa. Debemos clamar por los estipendios robados y el
oprobio de saberse fuera de toda duda. ¿A quién quieren engañar?, ¿a qué se
quieren agarrar?, ¿cómo quieren acabar? Probablemente con todos y nada a la
vez. La era del no ser y del puro estar nunca llega a su fin.
Ya no somos partícipes de la batahola con la que intentamos
despistarnos día sí y tarde también. Por la noche no hay más remedio que
claudicar, es la hora de asistir a otro concierto de almas en pena agrupadas en
torno a un mamotreto incompleto ante el que rezar sin tener conocimiento de la
oración sanadora. Sensación viene de sentir. Tentación viene de mentir.
Redención viene de compartir. Acciones y contracciones que ya no conducen a un
hecho conocido ni son dignas de los esfuerzos de ayer. Todo es eviterno, como
se puede comprobar por los besos que tampoco se han podido convertir abrazos, o
en los brazos que nunca llegaron a ser versos. En el reverso está aquello que
no nos atrevimos a decir, las palabras que nos señalan como los hijos a los que
hay que mantener lejos de la evidencia. Las cuestiones son otra fortaleza y lo
cotidiano ya no es real. O eso al menos pareciera. Nada que no siga rodando
como una rueda de la fortuna infernal e imparable ante la perplejidad y el brío
de nuestros anhelos. Solo en el conticinio que sucede al fin de los designios
marcados y en el momento de frutecer seremos libres como lo que siempre debimos
ser.
La concupiscencia debería ser tenida en cuenta como ciencia.
No para hacerla tendencia sino para transformarla en disidencia. Un acto de
contrición como otro cualquiera ante el encastillamiento sistemático de muchos
y muchas a los que jamás debimos poner la otra mejilla. Ahora es cuando no
somos nosotros. Son ellos. Y no son más ni mejores.
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