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J.J. Caballero
DESDE EL JERGÓN
Publicado el 12 de Mayo de 2013, Domingo

Lourdes Paredes Cuellas

Cultura -

A veces es mejor no esperar nada. Aunque eso no es gran cosa, algo habrá que podamos escribir sin que se nos caigan los anillos. Por cierto, no sé dónde está el mío, uno de latón que sellaba la alianza perfecta con el más allá y que nadie echará de menos, o eso creo. Al levantarme, tropecé con mi sombra y fue ella la que me habló de otro mundo, escondido cada noche debajo del colchón, que engulle a aquellos que no la saludan a su paso. Creo que con el crepúsculo me esconderé entre sus maltrechas esquinas y dormitaré, vegetaré, subsistiré sin ayuda ni consuelo. Vi la luz de forma pecaminosa, y por eso entono mis plegarias y súplicas de redención por haber salido del agujero de forma tan vulgar. No merecía ni lo uno ni lo otro: ni el fulgor de una incipiente resurrección ni el pozo sin fondo de un futuro amenazador, tan peligroso como yo mismo. En las alcantarillas, allí donde las ratas roen su propia vida, puedes llegar a sentirte un dios menor, arrastrado por rincones húmedos donde la conciencia se pierde entre hedores y putrefacciones que purifican el alma.

Ya estoy surgiendo de nuevo, y amenazo con quedarme así de lustroso para siempre. En el contestador se agolpan las respuestas sin preguntas, los mensajes en blanco y los números cifrados de personas desconocidas. Ocultos en sus palabras blancas y carentes de significado, se perfilan rostros sin rastro de humanidad. La vacuidad de su perfil es solo equiparable al desierto comunitario, ese que habitamos cada día al bajar las escaleras y engullir el mundo que se agolpa tras la puerta, tras las rejas, tras el refugio que nos construimos mal y que ahora amenaza con derrumbarse sobre nosotros. La tormenta ha vuelto, congéneres, ya saben que esto no puede anunciar nada bueno. Los malos somos siempre los mismos, por si aún no se habían dado cuenta. Buscar una techumbre más o menos acogedora, un aliento sin síntomas de contaminación y una compañía lo más silenciosa posible debe convertirse en el objetivo inmediato. Si alguien lo encuentra, hágame partícipe, pero solo a corto plazo. Los hambrientos debemos seguir nuestro camino hacia la más absoluta escualidez.

Soy comestible, como muchos seres que conozco, vivos o muertos. Técnicamente envidiable también, pero por ahora eso está por demostrar. Devórenme o déjenme brotar, ahí planteo el dilema. Puede que nunca lo resuelva o puede que ya haya sido mordido en varios flancos y la sangre se me haya empezado a contaminar. ¿Muertos vivientes? ¿Así que se trataba de eso, verdad? Pues haber empezado por ahí, especie, que tiene uno que estar en todo… Bueno, ayer este jergón saltó por la ventana, parece que ya acumulaba demasiadas liendres y yo demasiadas malas pulgas, así que se hartó y me dejó sin espacio para escribir. Como tampoco tenía plumas a mano, no me importó, pero ahora empiezo a echarlo de menos. ¿Dónde yacerán mis huesos cuando necesite descansar? “Estas y otras dudas le serán resueltas al amanecer”, reza el cartel. Lo que no aclara es en cuál de ellos, y los que vampirizamos nuestra existencia al límite lo tenemos bastante difícil para averiguarlo. “Siga buscando”, otra de las frases que labraron este camino, se me hace algo más fácil de entender. Será porque nunca he dejado de hacerlo; el qué, el cómo, el cuándo, el dónde y el por qué ya son otro cantar. Ahora canto, sí, con el cántico alegre del canto de un duro en mi bolsillo. Lo oigo tintinear, feliz en su ignorancia, preguntándome qué hará el pobre diablo cuando levante cabeza y vea que esto ya no es lo que era. Ni lo que es. Que vivir al borde mismo de la vida no es tan recomendable como parece. Que no somos lo que queremos ser, ni este mundo es tan nuestro como debería. Si ya lo hemos aprendido, solo nos queda padecerlo, parecerlo y perecerlo. Exprimámonos como limones, convenzámonos de que nada ha sucedido y dibujemos una nueva e impoluta hoja de ruta en la que el viaje, por lo menos, no tenga destino ni final. Me atrae más el trayecto en sí mismo que la menta por sí misma, el arrancar los dardos de la diana que el apuntarlos hacia cualquier punto concreto. El ying antes que el yang, la parada y fonda antes que la fonda de la parada. Los enemigos conocidos antes que los desconocidos amigos. La maleta en la estación antes que la estación de las maletas. El invierno en las flores antes que las flores de invierno. La llama en la mirada antes que mirar en cualquier llama. Yo antes que tú. Él antes que usted. Ellas antes que nosotros. La canción de despedida antes que las salvas de bienvenida. Cómo cambian los cuentos, ¿verdad? Apenas empezaba a recitarlos de memoria y ahora nos dejan huérfanos otra vez, qué injusticia.

Desde la acera mojada, el jergón me llama al orden público. Como portador de mis más íntimos líquidos, se cree en posesión de la mentira más infame. Le dejo contarla. Dejo que los transeúntes se la crean. Sonrío y pienso, por primera vez en mucho tiempo, que quedarse sin sueños es solo un mal menor y que cuando todo esto acabe todos, y no solo yo, seremos más viejos y puede que mucho más sabios. Pero también sé que la mayoría de los que jamás escuchan habrá aprendido solo lo suficiente para hacerme callar lo que yo mismo aprendí. Que es nada, como ven. Y le hago espacio de nuevo, aplaudo sus confidencias y deposito la médula de mis obsesiones en él, mi único y verdadero amigo. La noche y el día vuelven a confundirse, y al alcanzar el pabellón de la subespecie humana, durante solo un segundo, me siento rejuvenecer. Creo que he encontrado el sitio donde jamás me quedaré. Solo otro más.

“Le sudaban las manos, no podía correr; porque quien le perseguía estaba dentro de él”

 ‘Dentro de él’, Nudozurdo (Everlasting Records, 2010)

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