Publicado el 16 de Julio de 2015, Jueves Lourdes Paredes Cuellas
Cultura - A solo un día del fin de la nueva edad dorada se desgañitan las voces en el desierto. Predicar nunca fue lo mío, ni aleccionar a quienes se proclaman analfabetos en las malas artes de la existencia. Para eso están otros, mucho más avezados en dichos menesteres y dueños de una verdad tan absoluta como su propia y segura muerte. Siento empezar lamentando las heridas que deja el destino pero una vez más no lo pude evitar. Hay rosas, claveles, narcisos, tulipanes, geranios, violetas, lirios, orquídeas y madreselvas en el jardín olvidado de los deseos ajenos. Por sus colores los conoceréis, descendiendo de abajo arriba localizaréis la marchita lozanía de sus contornos y asfixiados por el dióxido de carbono que transforman en engañoso aroma caminaréis hacia la puerta de salida. En el camino os veréis rodeados de pretiles que preservarán la posible caída y servirán de poyo en el que colgar la chaqueta de los sueños. Poesía para las masas adocenadas y cómplices. Todos juntos, cantemos la oración que nos guiará en la nueva edad de cobre. ¿Alguien sabe cuántos siglos nos quedan por delante?
Tras el escrutinio de los más débiles, la votación se resume en unos cuantos brazos al aire. Encorvados en forma de uve en señal de vencimiento, los culpables nunca alzarán los dedos en señal de consentimiento. La tipología de la certeza nunca fue su punto fuerte, ni el de los seres vacíos, parvos y debilitados, que miran por encima del hombro a los que hombrean por debajo de sus miradas. La férula de unos constriñe la voluntad de otros, y la foca más pequeña devora a la morsa más pesada, es ley de vida y más nos vale que vayamos siendo conscientes de que un nuevo orden vendrá para pisotear nuestros deberes, y de los derechos que se ocupen los del lado izquierdo. La inteligencia individual someterá al pensamiento colectivo en un movimiento rocambolesco de vampirización y alevosía. Sobrepuestos a la modorra provocada por el adormecido sol de mediodía, se levantarán en almas con el arma y el corazón encogidos por perpetuar la especie siguiente. Administremos las fuerzas y llenemos las cantimploras, el desarraigo amenaza con volver a atenazarnos.
Si ellos se sirven de faramallas para embromarnos, replicaremos con sangre para enfangarlos, y en la respuesta prescindiremos de exordios innecesarios. Ladran, luego cabalgamos. Gritan, luego remontamos. Saben, luego ignoramos. Mascan, luego barruntamos. Piensan, luego asentimos. Viven, luego afrontamos. Ver para creer y creer para asentir. A eso se reduce el camino, sin un hilo conductor que acomode las imágenes en el espejo ni huellas que adelanten el camino a los que nos sucederán. Fruslerías de infante sin neuronas, pensarán todos. Siempre hay alguien que gana a todo y a todos. Sondean las opiniones de unos cuantos y a ellas continúan aferrando al resto. No saben que no saben. Adivinan lo que no sabrán nunca. Conjeturan cosas que solo ellos imaginan. Advierten de lo que jamás sucederá. Sientan las bases de algo que no existe. Sueñan con su propia miseria. Se bañan en la miseria que generan. Acarician el sexo de los ángeles. Polucionan las aguas de un cauce seco. Sienten que presienten. Revuelcan su pan en la cochambre. Reinciden.
Solo necesitamos el ungüento mágico que reviente el fondo de la bolsa del tesoro. Salir a la calle sin miedo, con las palabras justas para escupir en el suelo de la justicia, el cuello bien perpendicular sobre los omóplatos y la visión angular graduada en el punto exacto para ver lo que nadie ve. Así, cuando nos hablen de amor y derrota, sabremos que el ruido y la paranoia nunca serán lo suficientemente fuertes para hacerles frente, aunque sigamos incidiendo en ellos como lo último a lo que aferrarnos sin miedo a caer. Sí, antes ya estuvimos aquí, colgando de un precipicio negro, con los pies volteados sobre la cabeza y los ojos anudados en una pirueta mortal. Sin necesidad de regresar. Sin un lugar preciso al que aferrarnos.
Casi se acaba el tiempo y mañana habrá que partir hacia un nuevo y dudoso destino. Preferiría cabalgar una buena recua con varios jinetes provisionales que me acompañaran, el tronco repleto de aperos y la lluvia manchando mis mocasines de esparto, y una mujer oronda y con los pechos como alforjas preparando un guiso caliente y espeso; pero no soy el único al que la realidad le supera con tanto ímpetu. Tras constatarlo, me acerco al pozal, doy de beber a las bestias y me apiado de todo lo bueno y lo malo que nos ha de suceder. Contra lo imprevisible de los acontecimientos, aplazar el próximo viaje sería lo más recomendable. Sin embargo, aquí me tienen, falseando la sonrisa una vez más y haciendo de trizas con razón.
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