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DESDE EL JERGÓN
Publicado el 17 de Mayo de 2023, Miércoles

J.J. Caballero

Cultura -

Métodos de destrucción masiva: Acabar con el sinapismo circundante y arrasar con el solipsismo redundante. Al primero le salieron apéndices aún más intolerantes a la vida en sociedad, y las palabras se le escapaban entre torrentes de pedantería y corrientes de cursilería; al segundo solo se le achacaba su incapacidad para asociarse con quienes decían decir la verdad aun a costa de coartar la del prójimo. A ambos los pusieron en la picota y les dieron de comer a base de migajas, las mismas que antes vomitaron los mismos que los colocaron en el injusto pedestal que hoy ocupan. El tiempo del cólera aún no ha llegado, y toca sobrepasar los límites antes de que no quede un solo alma en la ciudad en pleno uso de sus facultades. Mis certezas y sus dudas son la única verdad, y los argumentos al uso no son más que delirios en desuso.

                Mis camisas son de fuerza y al zurriburri del que extraer el hilo del pensamiento centrífugo le sucede apenas otra tempestad de piedras y viento del sur. Al todopoderoso al que rezan los adictos a drogas más duras que las terrenales, de las que dependen para parchear sus propias carencias y su desilusión vital, le han salido alas de cartón piedra y ahora ya no pueden colocarlo en el altar de sus desdichas. La dirección correcta solo casa con la actitud contraria. La suspensión incierta solo pasa con la acritud arbitraria. Al arrastrarnos contra nuestras propias convicciones logramos aplastar sus absurdas contradicciones. Es lo mismo, como se podría comprobar fácilmente en caso de que los postulados tautológicos que nos atribuyen sean tan ciertos e innecesarios como los suyos. Tampoco hace falta entender nada. Como a ciertas personas, hemos de conformarnos con tolerarlas y asimilar que las cosas suceden por una mera sucesión de circunstancias, por una cadena cuyos eslabones se hieren entre sí solamente en la búsqueda de un lugar mejor que ocupar. Apelemos a la tan añorada sagacidad, tan necesaria cada día como ausente cada noche, cuando las sombras de canciones antiguas y libros de cuando no habíamos nacido venían a contarnos lo que ninguna mente enferma fue capaz de escribir con anterioridad.

                El discurso se vuelve más anfibológico a medida que la amenaza del cambio de era se echa encima del tiempo ya transcurrido hasta la anterior. Millares de estrellas destrozan el camino dejado por las precedentes y miran hacia abajo con los ojos del sol vecino. Es lo que se llama sinergia mal entendida, o alergia bien asumida, por no hablar de los ademanes esquilimosos que disimulan el disfraz raído de años remotos. Con circunlocuciones así, o como la inmediatamente escrita a continuación, es difícil no enroscarse en uno mismo y no querer salir al mar de la tranquilidad una vez que las olas revienten el final de la serie que escribimos cada tarde. De consumo masivo o propio, de desenlace esquivo o impropio. De tanto y tantas cosas que pasarían por delante de nuestras narices sin poder olerlas, ni evitarlas, ni sentirnos hábiles para ponerlas en el lugar que les corresponde. A nadie se le escapa que si respiramos hondo, y dejamos la mente en negro, sería hacerla el blanco perfecto de un francotirador con la mira torcida. Siempre se apunta al más incauto, rara vez se asusta al más fatuo. Injusticias con las que convivir y revivir la justicia que nunca existió.

                Cuando la piel alagartada y la hiel aletargada de los vanílocuos a los que servís venga a tomarse cumplida venganza de vuestros desmanes empezaréis a pasar lista por vuestros propios nombres, si es que los sabéis pronunciar aún. Miraréis a la playa y escucharéis las salomas con que acompañar el estado de conciencia del que renegaréis poco después. Miliares, casi inaprensibles, son los salmos que conmemoran la desgracia por llegar. Es una casa sin gobierno, un vehículo con las ruedas sin aire, una butaca con los pies en el suelo. Un despropósito que alargar en beneficio de unos cuantos. Puertas giratorias y saldos en rojo para ajustar las cuentas pendientes. Símbolos babélicos de advertencia en las ventanas cerradas y selladas hasta nuevo aviso. Será el tiempo del cambio, asegurarán algunos; vendrá el momento del recambio, gemirán otras. Nada a la vez y todo en todas partes. En otras, el silencio aterrador de cada rincón deshabitado. Ese que nos señala y dibuja dedos acusadores en el centro del cerebro. El viaje sin retorno al centro del maremoto emocional.

 

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