Publicado el 16 de Enero de 2024, Martes Félix Suarez
Peñarroya-Pueblonuevo - Opinión -
Antonio Gramsci, aquel destacado
marxista en lo teórico y en lo práctico, nos venía a decir que las élites, para
alienar y controlar a la población, la hacían asumir los valores que le son
propios a la dirigencia. Pocos podrán negar que, actualmente, la población ni
se planeta subvertir el orden social vigente e imponer unos nuevos valores
morales a través de una ética distinta a la del poder establecido. ¿Quejas?
Quién no se queja, pero de aspectos parciales y puntuales, nada de una crítica
de conjunta y un alternativa viable, salvo escasas excepciones.
Pero en esta estrategia de
control de masas, como vino a decir Fukuyama, la lucha de clases está muerta o
invisibilizada, mejor dicho. Todo ello gracias a una serie de factores
complementarios a los que enunció Gramsci y que voy a citar a continuación.
En primer lugar, la pérdida de la
conciencia de clase. Durante años, a los asalariados y autónomos se les ha
hecho creer que, en vez de clase obrera exprimida, son de clase media baja. Ese
cambio de clase social ficticio, repetido hasta el hartazgo por los medios (que
también utilizan subterfugios como “de modesta condición”, “de humildes
orígenes” y así un largo etcétera) ha desarmado ideológicamente a las mayorías
del país, y no sólo del nuestro.
El segundo golpe vino con las
divisiones postmodernas: ya no hay obreros, ya no hay trabajadoras, en primer
lugar hombres y mujeres. Son dos términos tan laxos, que caben desde los más
adinerados hasta los más modestos, desde las grandes fortunas hasta las
pequeñas economías familiares.
El tercer golpe vino de la
clasificación por cuestiones orientación sexual, tan marcada hoy día. Pero
acaso, independientemente de a qué grupo del colectivo LGTBIQ se pertenezca ¿No hay diferencias de ingresos
y rentas notables entre los individuos? Claro que sí, pero se desdibujan,
porque en este tipo de clasificaciones no cuentan.
El cuarto golpe vino del
relativismo moral postmoderno, es decir, que no hay realidades o hechos
objetivos, sino que todo depende de la percepción de cada individuo. Es decir,
los argumentos de las élites para explotar a las mayorías son perfectamente
legítimos independientemente de su inmoralidad. Y así con todo, nos llevan a la
atomización de lo verdadero, valido y justo de tal modo que al final nos
reducen a un individualismo impotente, por lo menos a las mayorías. Frecuente
es la frase “¿Qué voy a hacer yo solo para cambiar las cosas?”
Para finalizar, el poder de las
élites globales es tal, que si algún Estado o Gobierno tiene el valor de
plantar cara al statu quo vigente, someten a los pueblos a sufrimientos sin
paliativos con tal de hacer caer a los Estados y a sus gobiernos, los
convierten en estados paria sometidos a sanciones por no acatar los dictados
del capitalismo neoliberal global, al tiempo que, en los países del sistema, no
dudan en hacer público escarnio de dichos Estados y Gobiernos mientras que
ensalzan el modelo socioeconómico vigente, al tiempo que mandan un mensaje
claro por si hay tentación de cambiar las cosas de raíz, de ahí que nuestra
clase política o bien comulgue con los principios del neoliberalismo globalista,
o bien se vea de manos atadas si hace algo demasiado atrevido: nacionalizar
sectores estratégicos, redistribuir mejor la riqueza, los derechos y los
deberes o darle un respiro al ciudadano medio (los currantes y las currantas) en
su larga lista de obligaciones y en los pocos derechos efectivos de los que
disfruta.
En fin, damas y caballeros, que
mientras más aprende uno de geopolítica, más se lleva las manos a la cabeza,
cada día más calva, no sé si por la edad, por los genes o de tanto pensar.
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Noticia redactada por : Félix Suarez
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