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Hoy es Lunes, 01 de Abril de 2024
DESDE EL JERGÓN
Publicado el 14 de Octubre de 2023, Sábado

J.J. Caballero

Cultura -

Los seres, humanos o divinos, con intelecto o entelequia de dudoso fiar, tienden a tender tendenciosamente al hastío o al cambio inopinado sin mayor explicación. Como una especie de demiurgo del que imbuirse hasta volver a hartarse, creen que la única visión es la última y opinan por bocas externas sobre pensamientos de colectivos a los que enzarzan en luchas internas sin que éstos se den cuenta. Cuentan las cuentas pendientes y lanzan los dardos pertinentes. Se estrellan contra su propia voz y claman a la llama de las masas que aún tampoco saben que se ha extinguido. Algunos escribían que ese era el signo de los tiempos, ahora sólo falta por saber cuántos años hace de aquello. De esto y de lo de más allá sabemos más de la cuenta. De eso y de lo de más acá sabemos lo que cuesta. Rodeados de rémoras y contemplando las nubes oscuras no se nos ocurre otra cosa que embellecer la amargura que atraviesa los cielos. Será mañana, o el mes que viene, o quizá un año de estos, cuando amaguen con desearnos lo mejor.

Si no hay otro remedio natural, las cantáridas siempre están dispuestas a suplir carencias. Verdes o incluso moradas, nunca se quejan de su existencia, probablemente tan pobre y necesaria como la de cualquier otro insecto. En las sendas se confunden las componendas. En las rentas se superponen las prebendas. Hay otros caminos, paralelos a la verdad, que no son los oficiales ni ocuparán las portadas que nadie leerá. Detrás, en la penumbra del sótano, se piensan y repiensan los buenos deseos al final de cada temporada. La televisión, por cierto, está encendida en el canal mudo, el que sólo admite palabras cuando los otros callan. Es mejor sentir que reflexionar. Es peor mentir que reafirmar. Es anterior lo que después sería ulterior. Ardites de todo a cien que sirven para volver a las andadas. Envites de hombres de bien que vuelven a servir las andanadas. Sus piernas están conectadas con el cerebro y lo único que saben hacer bien es salir huyendo, o evitar la pregunta incómoda, que para el caso es lo mismo. Vivimos a su desmano, remendando desmanes y reventando desvanes en los que se acumula el polvo del cansancio. Tenemos derecho a resquebrajarnos.

Lo normal es farfullar y que la mayoría del público se quede instalada plácidamente en su nada particular. La comodidad es también normal, y hasta la incapacidad para salir de ella. No le pidas a nadie algo que tampoco harían sin dudarlo. Al zapatero sin cerote no le entregues cordones sin pulir, ni al trapacero verdades incómodas sin contar. Contemos hasta cien. Cantemos hasta mil. Cenemos hasta el fin. Las píldoras para el mal intestinal están listas en la farmacia de la esquina, previo pago del asco y el miedo vomitados en la de enfrente. A esta anemia sangrante se llega por aquella anomia flagrante. Dejémonos de velos por descubrir y velas por encubrir, y digámoslo para que se entienda todo mejor: Nunca estuvimos suficientemente preparados. Lo que no podemos decir es para qué. La dirigencia carece de la diligencia presupuesta para ronquear sus proclamas. La indigencia perece en la injerencia del renquear en las soflamas. Y todo esto, por enrevesado o entreverado que parezca, no es más que la punta de las lanzas sin afilar, portadas por lenguas alófonas que danzan al son de tambores lejanos intentando ofrecer tesoros que no podrán recuperar o prender hogueras que no supieron mantener. En la avaricia está la franquicia. Otro jeroglífico más abandonado a su suerte.

Lo que haría falta es que el compañero de clase atarantado y vivaz se volviera brisa y nos hiciera desaparecer por un momento. Eso no sería un triunfo de la razón, cuyos sueños nunca produjeron los monstruos que prometían, sino bestias delicuescentes a las que les fallan las fuerzas para abrazarse a sí mismos. Mucho paran los que tanta prisa tienen. Poco hablan las que tanto conocimiento esgrimen. Las tornas se cambian y los turnos se cantan. A las tres serán las dos, a la de tres vendrán los dos. O más de uno. O dos menos tres.

Hay demasiados epulones que intentan invadirnos de su propia opulencia. Acabarán devorados y perjudicados por la apoplejía que les acecha. No queremos saber cómo lo hacen, sólo porque no nos interesa ver cómo nos devoramos sin tener el más mínimo síntoma de hambre.

 Disco del mes: The (International) NoiseConspiracy – A new morning, changing weather

 

               

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J.J. Caballero

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