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DESDE EL JERGÓN
Publicado el 15 de Noviembre de 2023, Miércoles

J.J. Caballero

Peñarroya-Pueblonuevo - Cultura -

Hasta hoy no nos habíamos dado cuenta. Entre tanto olvido, despiste y esparcimiento se nos coló por la rendija del desarraigo la infame huela del tiempo perdido, ese que no se puede recuperar si no es recobrando un poco de fuerza para desandar las andanadas andadas y angostas por las que transitamos una y mil veces. Antes de enmudecer de miedo y de sorpresa, la música que suena como pan de oro bendiciendo a propios y extraños nos alentará hacia el corredor de la suerte por echar. Hechos contrahechos. Desechos por hacer. Techos por guarecer. Guarismos por esclarecer. El misterio es más triste que las nubes que lo ocultan. Hay días como ayer que nunca llegarán a mañana por su propia condición de alterables, y otros como el que vendrá que siempre serán bien vistos y bienquistos. Cría fama y échate a correr, o duerme en las ramas y échate a criar. A la hora del almuerzo vendrán a pegotear quienes lo dejan todo al azar, a la suerte de unos cuantos que ya no se reconocen ni en las sombras a las que acompañan. Todo es cuestión de muerte y nada es para siempre. O eso es lo que nos habían contado.

                Es más duro decirlo que verlo, igual que es más puro sentirlo que hacerlo. La extraña radiación que acompasa nuestros pasos nos conduce a caminos inexplorados en donde hojecen floras desconocidas y faunas mustias de aburrimiento. En el cielo sólo hay nubes con forma de pistola y lo que llueven son balas de mentira que se mezclan con la lluvia ácida de nuestros más profundos deseos. No habrá tiempo de refugiarse cuando la tormenta nos meta a todos en el mismo saco. Sacar para volver a meter. Medir para no saber cómo entrar. Mentar para empezar a salir. Salgamos todos por la puerta de atrás y no hagamos más ruido del que esperan. Sentémonos con cuidado, tan despacio como para camuflar al propio silencio, pero hagamos crujir las chambranas tan fuerte como para espiar al mismo tiempo que nos ha visto crecer y desvanecernos. Si esto no sirve para que despertemos y entonemos el adiós que debimos afinar el otro día es que no merecemos exprimir la poca luz que queda para seguir caminando. Es tarde y vienen corriendo y ya tardan en venir pidiendo auxilio. Son sólo ecos, formas disformes e informes disconformes, pero nos sirven como mantra de los pasos perdidos. Entre las llamas caminamos, a las ramas nos amarramos. Y seguiremos haciendo y asiendo puertas que conduzcan a nuevos abismos por habitar. Es responsabilidad común descubrir y perseguir líneas que se empeñan en difuminarse, aunque oigamos voces discordantes y suframos roces de diamantes que cortan más que brillan. Son las frases que encubren la inseguridad de las masas, y estamos tan lejos de ellas, de ambas, que no podemos sino sentirnos casi afortunados. Hemos de buscar seres y pareceres letíficos, recrearnos en la belleza escasa de un grito desesperado y acentuar las sílabas de cada pequeña victoria. Pisar los charcos y solmenar el agua que por fin nos moja y nos sumerge en su necesidad. Vivir para beberse la vida y beber para vivírsela.

                Después de todo, nos convertimos en pulgas verecundas por no haber sido capaces de atisbar por dónde irían los tiros, y todo este tiempo supimos que nos disparaban pistolas de agua. Mentiras a ráfagas, sueños a medias, gestos a contrahacer, frases a sonsacar. Al medio y al miedo nunca les correspondió regalarnos nada, siempre fuimos nosotros quienes debimos perseguirlos y rehacerlos a voluntad. Alguien podrá observar, no demasiado confundido, que todo esto es una inútil punta de iceberg, o una leve e inofensiva salida de tono sin mayor objetivo que el de la objeción, mas puede que olvide que cualquier palabra es graciable dependiendo de su inclusión en uno u otro contexto. Contento, correcto y concepto pueden discrepar con demasiada frecuencia, y si están constreñidos a una futura incomprensión se transforman en meros vocablos desprovistos de significado alguno. No serían más que la congratulación en liberar a un filicida y arrojar al jurado a los caballos. O, puestos a imaginar, vislumbrar un paraselene sin gafas de lejos y con las pupilas a medio dilatar. La oscuridad será la única abogada defensora en un hipotético juicio semifinal donde nos descubramos la cara y enmascaremos los brazos antes de levantarlos por sorpresa en señal de protesta. Tampoco así nos darán la absolución.

 

 

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