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LA FÓRMULA DE LA COCA-COLA

EL DIVÁN 1.0

Los días de asueto de un parado de larga duración son ilimitados, no se sabe cuándo el enfermo va a recobrar vida otra vez, cuando suene el despertador a la hora real que debería de sonar en los días laborables, no naturales permanentes, que se lo digan a los padres de familias, ese sostén que hacen que los cimientos de una casa no se rompan por completo, esa madre desesperada y a la misma vez agobiada siente realmente vergüenza decirle a su hijo en un establecimiento de comestibles con clientes conocidos del barrio agolpando el local ¡esa cosa que tú quieres, mamá en estos momentos no te lo puede comprar! mientras está pasando la cajera en esos instantes una piruleta nueva de chocolate de un amigo del niño del colegio cogido del brazo de su madre. Esas prisas por llegar a casa después de estar cuidando toda la noche a personas ancianas para prepararle la comida a los hijos para cuando salgan del instituto y sólo encontrarse en la nevera con telarañas. La abuela que aún llora la ausencia por la repentina pérdida de un hijo sentada en una mecedora viendo la televisión, haciendo caso omiso a lo que dice el presentador de las noticias. El té que ya no es el de las cinco, sino, ¡es el que cuando sea! La fotografía del retrato del abuelo que preside en el salón de la casa. El querer y no poder sentirse útil con un trabajo digno que ahora mismo es una utopía para la inmensa mayoría de los españoles, al mismo tiempo que la hija mayor hace los deberes junto a sus hermanos pequeños.

Da la sensación como es realmente la vida en su conjunto, la magnitud que puede alcanzar, con sus nervios, tensión, filias, fobias y demás sinónimos que me dan a deparar a la conclusión, ¿Quién me puede explicar la fórmula de la Coca-Cola?, ¿Cuál es la ecuación que la hace única?, ¿Qué ingredientes la componen?, preguntas y más preguntas que me hago una y otra vez. Mirad, para más “inri” en el asunto, sin ir más lejos, el otro día mientras recogía el “post it” pegado en la nevera llevaba apuntado la lista de la cesta de la compra que me había dejado mi mujer antes de irse a la oficina, lo llevaba todo detallado al milímetro de los productos solicitados por la “jefa”, es ella la que hace la lista y yo soy el “Rodríguez” de turno, pero encantado de serlo para ella. Me fijé antes de salir de casa en todo lo que ponía, pero paré detenidamente en un artículo que ponía “Coca-Cola”, el archiconocido refresco con el fondo rojo y el anagrama de la botella en blanco, que lo mismo lo hay en lata, que se sirve en botellín y sus múltiples enemigos competidores que hay al otro lado de las estanterías de los supermercados y grandes almacenes, pues bien, me detuve en ella, por qué quería saber que tendría ese líquido para alcanzar lo que su eslogan pronuncia, Coca-Cola: “La chispa de la vida”. Inmediatamente aparecí en el supermercado, cogí mi carrito, mi bolígrafo y el “post it”, atravesé la zona de charcutería, pescadería, conservas, refrigerados y llegué por fin al “stand” de las bebidas y me cambió el semblante de pronto al ver a mi estimada Coca-Cola que la habían puesto otro atractivo para consumirla, “Precio Feliz” y me interrogué: ¿La felicidad se puede comprar?, ¿Á cómo está el kilo?, ¿Cotiza en bolsa?, ¿Sé puede comprar acciones?, tan quisquilloso como de costumbre, me eché para adelante y exclamé; ¡Ya sé la fórmula secreta de la Coca-Cola es la siguiente, tomad nota hombre: C=a2 + c3 = f , traduzco: Coca-Cola es igual a: amor elevado al cuadrado, más c: cariño elevado al cubo, igual a f: felicidad, ¿Realmente la felicidad tiene precio?, ¿Vale igual para ricos que para pobres?, ¿Está al alcance de todos?, ¿Se puede tocar la felicidad?

A mi modo de ver las cosas creo que no, la felicidad no te la da un refresco, con muchos componentes que les quieran añadir, netamente la felicidad tampoco está en cómo amasar la manteca, que es en la debilidad en la que cae todo ser humano, porque si las grandes fortunas y bienes con su poderío económico, ¿Por qué no cura las enfermedades irreversibles?, esa es la cuestión de la felicidad, la plata da alcance a cierta estabilidad, bienestar, estatus social, modos de vidas, pero, ¿El Euro soluciona una ruptura sentimental?, ¿Un tratamiento contra un cáncer terminal?, entonces aparece la palabra felicidad para hacerse respetar, es en ese profundo fondo a donde quiero llegar con la calculadora en la mano para poder sacar esa fórmula del líquido del oro negro con burbujas, que al pegarle el primer trago te deja la garganta rojiza y los ojos como platos alcanzando metafóricamente el estado “Zen”, la cual dice llegar a la cima de la felicidad, tal vez ese sea el protocolo para atraer a sus fans más fervientes. Pero sin romper el mito del frasco, con mucho que tengamos en nuestras manos, los que mueven los hilos del corazón son los sentimientos, la compañía de los nuestros, el sentir y el vivir las cosas como si fuese el último día en el mundo, los placeres que a pequeños sorbos te ofrecen por cada esquina las veces en que nos cruzamos con alguien al que conocemos, el apoyo de alguien cercano, ¿Eso tiene precio señores?, todas esas cosas quizás no nos damos cuenta, pero las estamos perdiendo, como aquel operario que ha perdido su empleo. Nos estamos encorsetando en un sitio, solos, incomunicados, autistas y completamente ciegos de vivir en una vida imaginaria opuesta a lo que es la realidad, el codo con codo, lo sencillo, lo fácil, lo de a mano, eso es los que nos hacen sentir de algún modo felices, como ver como salen vuestros hijos del colegio, verles crecer, como hacer infinidades de algebraicas para llegar a final de mes y alegrarse con la sonrisa de ellos aunque el cinturón no dé para más agujeros, comprender al vecino del tercero “b”, enfatizarse con la sociedad, son valores que suenan a cantinela, pero que en estos precisos momentos que estamos todos atravesando, no aparecen por ningún lado, ¡será la crisis sistemática y emocional, que padecemos! que nos hacen ser más huraños, más distantes, menos comprometidos con la causa.

Todavía tengo la calculadora echando humo, intentando averiguar la maldita fórmula, pero no hay manera de lograr localizarla, tal vez cuando demos con ella sea demasiado tarde y se haya ido todo por el garete, probablemente el primero que me haya ido sea yo mismo, por la línea de embarque, como se fue un amigo mío que lo despidieron hace dos semanas después de tirarse veinte años en la empresa donde trabajaba, entró de aprendiz a los quince años y se va como jefe de producción con su hoja de servicio en blanco, sin más que con un despido procedente por pérdidas de la empresa, patada en los glúteos y con una mano adelante y otra hacia atrás, con una mujer y dos hijos a los que alimentar, quizás dándole un sorbo a la lata de la Coca-Cola, siente la felicidad del finiquito, como el moribundo que busca su cobijo entre cartones y calimochos de cola buscando la felicidad en la oscura noche. Son flashes de la vida diaria actual que son inexplicable, pero no son de ciencia-ficción, realismo del puro y duro, como los datos del paro, ¡ah!, que se me olvida, que la felicidad al igual que la Coca-Cola tiene marca registrada, pero con una diferencia, un plus añadido que el efervescente tapón rojo no puede alcanzar jamás, aunque su sabor sea reconocido mundialmente, que la felicidad no tiene patente y es una marca que no procede de ningún laboratorio o fábrica, ni es de marca blanca, ni tiene variedades de sabores para degustar, ni distingue si la consumen blancos o negros, sólo alcanza su estado álgido de destilación, que me lo acaban de chivar fuentes fehacientes, si no es para consumo propio, sino para compartir y vivirla conjuntamente, así se logra no del todo la felicidad, pero se alcanza la felicidad empática y solidaria.

Me embobece pensar la cara que se me puede poner al ver cuando llegue a casa con la lista de la compra y mi mujer vea que no le he echado su refresco favorito con tal de hacerla rabiar con unas risas de por medio.

Postdata: “Tanto la felicidad como el amor son sin-ceros”.

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