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EL JERGÓN

Al bloqueo esclarecedor le suele suceder un bombeo enriquecedor. La escritura deja de ser automática cuando los automatismos multiplican la esencia de un lirismo pocas veces comprendido en la dirección correcta. Las actitudes, las lenguas, los cuerpos y los aires de grandeza y miseria nos acorralan la mayoría de las veces entre la espalda y la pared de enfrente, para que por detrás nos asesten la puñalada mortal que sólo consigue herirnos otra vez. El sonido no es el que debía ser, y las protestas caen en saco roto como rotas quedan todas las promesas de evolución. El centro del cotarro frente al cetro del catarro. Vivas al poder y hurras al poner. A dedo, claro, como saltatrices enloquecidas por un triunfo tan inesperado como confuso. Es el acufeno que reproduce sólo las palabras que queremos escuchar, tapando las rimas que quisiéramos escupir. Las sensaciones se entremezclan y el sol se entretiene copulando con una nube juguetona que no quiere dejarse fecundar. Dicen que así nacerá la lluvia, en un tiempo en el que todo rastro de vida se detecta mirando hacia arriba en lugar de minando hacia abajo. Es el circo universal en el que sólo un verso puede convertir al domador en domado y a la pantera en mujer. Si es que ambos no son ya lo que quiere ser el otro.

Todo viene pintiparado para describir la situación. Quizá los términos no terminan de acuñarse ni los principios concuerdan con los finales, pero en el intento está la virtud. En otras ocasiones era una canción, una rima suelta y no demasiado afortunada las que marcaban la diferencia entre lo que era y lo que pudo ser. Entre las sangraduras del pelotón se encuentra la compostura del montón. No se trata de decirle a nadie dónde está la dirección para llegar al pensamiento único, sino de explicarle a alguien cómo es la disección para encontrar el rendimiento justo. Sí, de nuevo las sílabas se intercambian para dar la sensación de inmediatez, que es al fin y al cabo lo que demandamos sin querer, para no salpicarnos de realidad ni reubicarnos en la irrealidad. Sin maca alguna, o enteros como piedras encharcadas, quisieran reencontrarnos a mitad de camino, entonando algún son antiguo al compás de un aire de risa sutil y futuros azules. Anclajes nos sobrarán, porque nunca renunciamos al punto de apoyo que nos mantiene erguidos y poco orgullosos de estarlo. Conservamos la fortaleza a base de capas de azarcón y mucho empeño, que no es asunto baladí lo de preservar la especie sin especiarla en demasía. ¿A cuántos jemes de distancia podríamos establecer la nueva restauración? La respuesta es aún más intrascendente.

Los vemos llegar en sus faetones, ímprobos y aligerados de responsabilidad, depositando sus cargas en el umbral del desagravio, sin el menor sonrojo ni complicidad que les aqueje. No existen zupias que inflamen su reguero de necedad, ni zupia suficientemente inmunda con la que brindar por su caída. Lo que sí existe es la admiración por quienes lo admiran, en una reversión del respeto en pos de la incomprensión. Lo que nos mueve pero jamás nos conmueve es la renovación de votos de garrafón para rellenar las casillas que deberían estar difuminadas, sin el agrafe que ataje los borbotones de odio o los borrones del podio hacia el que los aupamos sin remedio ni conocimiento. Los cimientos del perecimiento. Tampoco se sabe nada de los disidentes, aquellos que alzaron la voz tan sólo para expresarse hacia adentro y dejar un rastro inexistente. Acallados y perturbados, pero aseverados y conturbados. Tendremos que beborrotear para que no se nos note la embriaguez, del mismo modo que entrecerrábamos los párpados para que la mente no dejara escapar un mal pensamiento. Los buenos nos lo guardamos para la prórroga, ya se sabe que es en el tiempo de descuento cuando la injusticia cubre su parte del camino y nos alcanza sin previo aviso. Cuestión de desconfianza mal entendida.

Si nos dedicamos a escamondar todos los actos que requieran ser depurados y filtrados por las líneas de manos yertas, algún día, próximo o remoto, podríamos saber con todo lujo de detalles quiénes somos, dónde nos dirigimos y por qué no lo descubrimos antes.

Disco del mes: John Handy – Hard work
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