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DESDE EL JERGÓN

El ritmo es atronador. Machacón, uniforme, monocorde… Se te mete en el cerebro como un martillo neumático con los cartílagos sueltos. De fondo o con presencia rotunda, toda melodía queda sepultada detrás de otra vuelta al inicio. Hasta las voces, afinadas por delante y desaliñadas por detrás, normalmente en poder de mover a todo un imperio, se afanan imperiosas por merecer una nueva escucha, esta vez con más atención y menos tensión. Se contienen las redes, se retienen las reses y se mantienen las pestes. A un lado y otro de la lumbre, las morcellas se escapan sin control ni conocimiento de causa. A causa del reconocimiento vuelven sobre sus pasos, mal orientados y peor pensados, los pies más pesados de los que disponemos. La sinecura no tiene cura ni parangón que pague las enmiendas propuestas. Protestan en el campo los que viven en la ciudad, se retiran a las villas quienes caminan por el mar. Así todo cobra el mismo sentido de siempre, que es ninguno y sólo a medias tiene sentido. Siento la tardanza en presentir las cosas que verdaderamente importan. Cuento las andanzas de disentir los hechos que realmente comportan otra vuelta de tuerca, imprevista e imprevisible.

Los cowboys regresan a las tumbas que cavaron después de acribillar a su propio ganado. Muerden los pies que los mal alimentan y recaban información de bocas y oídos ajenos a todo y a todos. El mundo gira y al caer se muerde la cola, nadie entiende por qué hemos tenido que crecer, y maldita la hora en que empezamos a decrecer. Sumos sacerdotes del homicidio espiritual, al que fuimos conminados después de una mañana de resaca e inconsistencia emocional. La parte alícuota al desequilibrio que nos azora y resquebraja a cada momento será inversamente equivalente a la suma de las restas sobrantes. Quien parte y reparte queda aparte. Quienes dividen por tres apartan dos dividendos multiplicados por cuatro. Hagan la proporción y sobrepasen la cifra marcada en unos cuantos dígitos. Esto no es un sorteo, ni la lotería de la desesperación. Es el himeneo de la injusticia, el mareo de la estulticia. La ansiedad por escuchar más allá de lo que podremos oír. Tanta ambición no es buena, tal vez los díscolos debieran conformarse con el chisguete que les da acceso a una mínima parcela de poder. En ella se refugian y con ella se regodean mientras los pedazos de su propia condición inmunda nos salpican y repican en derredor. El último refugio está en la hornacina, donde reposan cráneos y codos mezclados con el olor de antiguas derrotas. Donde pocos pudieron llegar y de donde varios nunca partieron. Dicen y aseguran que hoy todo es diferente, y que los banquetes abundantes del malecón dieron paso a los retretes redundantes del callejón. Sólo es cambiar de paisaje y descubrir que la realidad es mucho menos cruel de lo que la pintaban.

 Ojalá fuéramos seres xilófagos para provocarnos nuestro propio fin tallado con letras de roble, a la manera que siempre soñamos hacer. Quién pudiera transformarse en agua y allanar las praderas para salvar al mundo de la catástrofe más duradera que le aguarda. Los caminos del amor son inexcusables y los términos del dolor más intratables. Menos mal que estamos habituados a merecer algo peor. Como arborecer en una sabana de tonos grises o amanecer en una almohada de torsos marrones. Son cosas que nunca tuvimos tiempo de hacer o pensar, como si se citaran en la antífona del primer martes de cuaresma sin que nadie sepa a lo que se refiere. Lo que se prefiere, en cambio, es florecer de escarmiento sin perecer en el sentimiento. Inopes, inofensivos, nos compelen a abandonar y nos repelen sin razonar. Debe ser el tiempo que nos ha tocado vivir, al que es imposible enfrentarse sin amusgar el gesto y aguantar el roción, venga de donde venga, antes de retirarnos a evitar el mal sueño de anoche. Decir que hoy navegaremos a contracorriente no es sentir nada nuevo bajo el sol. Los astros sólo están y existen por eso, para guiarnos al camino que en principio no quisimos transitar. De ahí que las cosas vuelvan a su sitio por sí solas, sin que elemento ni rendimiento alguno altere su forma original. Originar un desastre antes de oficiar el siguiente. Vamos por orden. Vayan pasando el filtro y la lista. Hay quien no está y otros a los que nunca se les esperará. Alguna razón tendrán para ello.

 Disco del mes: Tiburona – Nos extinguimos

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