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Cultura
Hoy es Martes, 19 de Marzo de 2024
POR J.J.CABALLERO
DESDE EL JERGÓN
Publicado el 16 de Marzo de 2019, Sábado

Lourdes Paredes Cuellas

Cultura -

Perdonen, hay percances difícilmente subsanables. Unos por defecto, otros por exceso y los de más allá por deceso. De eso quería hablar precisamente, de los portentos que hacen que nos sobrepongamos a la más dura intemperie de los acontecimientos. Un lunes amaneció oscuro, el martes a la tarde le salieron nuevos colores y al llegar al miércoles supimos que no llovería más en todo el invierno. El viento sufre de narcolepsia y el jueves los sentidos estarán tan apurados de tiempo como un sábado sin noche de gloria. Justipreciar los domingos en que las cosas se quedan por hacer y nos hemos de sobreponer a nuestra propia historia. Repetida y repelida. Paliada por andamios de añoranza y apaleada por atavíos de templanza. En medio del camino, donde las estrellas ya no son capaces de guiarse ni a sí mismas, atisbaremos un nuevo aliento, un sueño eterno que nos complazca en la contemplación. Las moscas aúllan a los perros silenciosos. Otro error sistemático y todo se irá al garete.

 

Al moridero de las esperanzas hemos venido a parar. Flores en la ventana y recuerdos de noches en blanco llenas de puntos negros en las ventanas. Rompen las olas del embarcadero al amanecer, como llenas de deseos no cumplidos. Saltan los grillos y grillan los saltos de los otros insectos, los más parecidos a nosotros en un estado embrionario de placidez. Cuánta ignominia sin nombre a título universal, sin la más remota idea de cuándo nos atenderán en urgencias. Agénciense otro lema. Agótense en el poema. Agítense ante el teorema. No hace falta mentir cuando la verdad tiene el sabor salado de las aguas furiosas. Mejor ignorar a quienes nos ignoran, como nosotros sabemos de los que nos saben. Todo aquello que nos preocupa y nos sorprende, todo lo que dejamos de atender ante los nuevos retos que se convierten en nuevos ritos y los nuevos ratos que suceden a los nuevos rotos nunca será del interés de la mayoría. Impávida, selecta y mortecina, sin nada que aportar a un discurso lo menos veraz posible. Saluden al pianista, pero no le disparen de nuevo. Jueguen apostar y apuesten a que nadie gana. Desierto queda el premio, de cierto se viste el precio. Otra ronda, que pintan bastos. 

 

Con la connivencia de los injustos que se ocupan y se preocupan única y exclusivamente de su malvivir tendremos bula en el reparto de las tareas más infames e incruentas de la empresa. Sin cuentas ni remordimientos que acatar, nos desvelaremos por ser los más limpios, los menos dudosos y los mejor preparados para arrancar nuestras propias raíces de un suelo fatuo, embebido de fertilidad falsa y lleno de muertos en vida de sus antecesores. Prediciendo la tragedia, maldiciendo la comedia y subvirtiendo la semilla de un diablo menor y avejentado. Artefactos de mentira diseñados contra el buen uso de la razón. Uno, dos, trescientos, catorce y medio: ¿esta era la verdadera cuenta atrás? Ignición para la inacción. Inclusión para la inquisición. Incisión para la innovación. Toda la carne está ya vendida mientras el pescado se pone en el asador. Vuelta y vuelta, suelta y resuelta hasta un final ya anunciado y abierto a gusto del consumidor. Esculpan la culpa a resultas de exculpar a los acusados. Acusen de recibo al que recibió el último favor. Favorezcan a los que desfavorecen los dictados externos. Externalicen la propiedad pública y háganlo en privado. Extraigan todo el jugo al intersticio entre los cuerpos o al adanismo de no saberse nunca experto en nada. Hagamos como si para todo fuera la primera vez. La última y más antigua de todas.

Ciérnase la luz sobre las mentes escleróticas que atenazan los renovados aguafuertes del anochecer. Húrguese en la alcancía de debajo de la mesa, en la que guardamos no sé qué restos de no sé cuántos enseres inútiles que nunca dejaremos de olvidar. Seamos extracorpóreos y dejémonos gobernar por prebostes con los que en otro tiempo y circunstancias no compartiríamos ni la mitad de la mesa. Nunca dejemos de ser manantial y desierto, alarido y canción, ni de dar a bocados todo el amor del que seamos capaces de agotarnos. No es mío, ni nuestro, ni de nadie. Ahora es un mal común, género de oferta en las próximas rebajas espirituales, y se vende al peor postor en la penúltima esquina del barrio. Un hilo de esperanza dibujado en la comisura de los labios. Y ahí viviremos mientras no muramos un poco cada día.


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