Más noticias

― Publicidad ―

INSIDE PC
InicioCulturaDESDE EL JERGÓN

DESDE EL JERGÓN

Una brisa caliente y asimétrica, disparada en ráfagas de flechas certeras y oportunas. Un tiempo de futuro denegado y primaveras marchitadas, de serenidades incompatibles y refugios estériles. Un terremoto fugaz y delgado como un alfiler. Ese es el nuevo desafío, la nueva jindama que atenaza ante las puertas traseras del mar mientras el huracán arrecia y ruge con palabras de elogio inútiles y perdidas. Cuando todo se vino abajo hubo demasiadas caídas y negaciones bruscas para intentar poner en valor lo que ya ardió bajo el fuego eterno. Denegados y renegados, relegados y rezagados, regalados y renovados. La proa y la popa incendiadas y llenas de gasolina por los bordes y las entrañas, en un río desatado de sopor y rabia. Así, por muy agresiva que sea la descripción, se presenta la introducción a otra historia de risas, lágrimas y alguna que otra gota de sudor. Los fluidos que recorren los cuerpos van más allá de lo permitido y los usos y las costumbres nos someten a una dictadura con la que ya perecimos una vez.

Está algaraceando de puertas para adentro mientras ahí fuera brillan las motas de polvo en las navajas con las que el sol acuchilla la mañana de autos. En algunas pieles se dibujan mapas muertos, croquis de reconquista y planes de choque absurdos. Agobiados y acuciados, arremetidos y arrepentidos, relajados y relatados. Las calles están vacías y los vacíos rellenos de ansia. Al quillostro de buenas noches le sucede el rostro de peores madrugadas, y se muestra feroz al pie de la cama, con dientes de marfil y ojos dorados con los párpados entrecerrados y las pestañas convertidas en ventanas. Para mirar hacia fuera primero hay que superar otra era, y esta que nos domina con las armas de la fascinación trata de deslumbrarnos con rábulas y artimañas de combate perdido por adelantado, mientras suben las apuestas y cubren las respuestas con gritos y susurros en diagonal. La lectura entre líneas es ya la factura entre mínimas inversiones de tiempo y espacio. El engurrio funciona como tránsito entre mundos divergentes que son adyacentes y complacientes entre sí, infranqueables e infrangibles por definición. Somos lo que no estamos dispuestos a entregar, fuimos lo que no seremos capaces de atrapar. No es necesario insertar xenismos ni injertar sexismos para aparcar definiciones y aparear distracciones, bastaría con que todos a la vez y en todas partes nos sentáramos a contemplar el sol ponerse hasta arriba de alucinógenos y divagar con la posibilidad de no volver a salir nunca más. Puede ser un mero litote, un ardid para sufragar un deseo no correspondido de eternidad; o podría tratarse de una pieza más de la hoploteca abandonada, sin munición ni paciencia, ni unción ni conciencia de haber sido una muesca mojada en la canana del naufragio nocturno.

Están abismados pero avisados de próximas inclemencias, y no por los liróforos de moda que al retorcer palabras de amor desembocan versos huérfanos, sino por los dueños de la hecatombe ya conocida y reconocida en mil abismos. Esos, los cenaoscuras rácanos hasta del hambre que los reconoció a la primera, serán los últimos en pasar desapercibidos, porque sus facciones interiores los retratan mejor que sus fracciones exteriores. No lo saben, pero los delatarán sus pactos y no los desatarán sus actos. Y tampoco lo sabemos, pero lo mejor y lo peor sólo formarán parte del acto posterior. Dénosle hoy el pan de la semana que viene y la ambuesta de lo que nos negaron el mes pasado. Solamente así volveremos a creer en que lo que nos hace creer no son más que creencias suplantadas por querencias. En este batiburrillo eterno lo que cabe y lo que sobra están a disposición del respetable en el menú de medianoche, y se han repartido ya todas las raciones disponibles. El fondo de catálogo y el de armario se unen en una alianza improbable para que no falten las dudas que sean necesarias. Rendidos al baticor y prendidos ante el sopor, la espalda nos avisa de que la amenaza aún no ha calado sus cartílagos y se dispone a erguirse en señal de duelo. O de esperanza.

No, no somos imprescindibles, ni estamos mirando impasibles cómo nos arrebatan el futuro unos cuantos grupos de átomos en movimiento, sin corazón ni cerebro que los alienten. Ni tampoco esperamos que nadie nos salve cuando no sabemos si algún día, o alguna otra noche, tendremos la posibilidad de evitar un final anunciado desde el principio de los tiempos.

Disco del mes: Manola – El sótano

Artículo anterior
Artículo siguiente

― Publicidad ―

spot_img

Peñarroya-Pueblonuevo