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MIENTRAS VIVIMOS

Tendría yo 10 años cuando mis padres me llevaron por primera vez a San Juan de Aznalfarache. Teníamos allí familia y a fuerza de insistirnos fuimos a estar con ellos unos días. Estando tan cerca de la base militar de Tablada, los aviones sobrevolaban constantemente y yo desde la azotea los veía pasar entusiasmado. Pero había algo más que me llenó de admiración: el monumento al Sagrado Corazón de Jesús, donde una tarde me perdí (con la lógica angustia de mis padres) en aquél monumental conjunto.

Un día yendo en autobús hacia Sevilla, el único asiento que había libre era al lado de un franciscano y allí me senté. Era bajo y regordete y su poblada barba descansaba sobre el pecho de su hábito pardo. No sé qué conversación llevábamos. Sí recuerdo que le conté que me había perdido en el Monumento a lo que él respondió: “Cuando seas hombre, te perderás muchas veces desorientado por la falsedad de otros hombres”. Esta aseveración no la he olvidado nunca. Llegamos al puente levadizo de hierro y éste se abrió para dejar paso a dos barcos. Estuvimos cinco minutos parados en los que me dijo: “Ves, estamos parados aquí arriba, para que pasen otros. Igual debes hacer tú por muy arriba que estés, esperar y escuchar y hacerle el favor a los que te piden ayuda”. Y añadió: “Pero no te fíes de nadie”.

Muchos años después, don Antonio Fuentes, párroco inteligente, hombre con muchos kilómetros a la espalda, me dijo cenando  en casa cuando sólo le quedaba un mes para morir sin él saberlo: “Pepe, que la muerte te encuentre trabajando, date a los demás y te sentirás realizado; pero ¡ojo! ve con cuidado, no confíes demasiado en la gente, la doblez abriga el corazón humano;  te lo aconseja quien lleva muchos golpes recibidos. Ya solamente creo en Dios y la Virgen”.

No fueron consejos desalentadores ni amargosos. Fueron sabios consejos. Y yo, desde hace ya muchos años, lo tengo bien aprendido. Y veo  rostros maquillados y que la humildad es un mito, que el favor cobra intereses, la verdad es una dama ciega que a cada tramo tropieza y cae en el cráter de la mentira, no hay coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Por todos lados emergen aduladores, orgullosos, injustos, posesivos, mentirosos…Y muchas veces si hacemos algo por otros es para conseguir éxitos y protagonismo. Nos ciñe una corona de egoísmo, cinismo, narcisismo…, y otro piélago de ismos…

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