EL DIVÁN 1.0
Mi generación la del ochenta y cinco aprendimos la palabra amistad desde pequeño, nos hemos criado en el parque jugando después de estudiar, crecimos sin un móvil de última generación y tampoco sin una Tablet, dichoso era aquel que por entonces poseía un ordenador. Dicha generación somos hoy treintañeros, cercanos a los cuarenta. Cada uno ha podido realizar sus sueños, otros todavía no lo han podido o no pueden realizarlo, pero la ilusión de un niño sigue intacta, como tantas y tantas clases de distintas materias impartidas en el colegio y después en el instituto y otros tantos han podido saborear las clases en la Universidad. Pues bien, todos esos momentos han pasado y no volverán como las personas que se nos ha ido a lo largo de nuestro tercio de vida, quedémonos con todas aquellas reprimendas de nuestros progenitores que siempre nos los decían por nuestro bien.
Siento cierta nostalgia por mi cabeza, que si pudiese volver atrás viviría todos aquellos momentos con mis compañeros de clase que han pasado por mi vida, a veces me pregunto qué será de aquel compañero, como estará aquella compañera que hace tiempo que no la veo, a los que veo con frecuencia muchos están casados, tienen hijos y tienen su vida con su trabajo y la familia que han formado. Es maravillosa la oportunidad que me ha brindado la vida por haberme hecho aprender todo esto qué es vivir la vida, lo que me ha tocado vivir y sentir, pero esta generación que estoy narrando en estas líneas es la que nunca baja los brazos, la que en los duros momentos saca lo mejor que tiene uno y los seres humanos que somos mi generación nos movemos por instinto, por naturaleza el amor a los demás nos lleva a amar a niveles insospechados, jamás damos nada por perdido como Leónidas con su Esparta en las guerras médicas entre persas y helenos. Pretendo ser fiel a mi estilo y congratularme con mis amigos y amigas de infancia y lo que mi mente guarda en sus archivos memoriales, es el que, en la vida, pase lo que pase, se trata de seguir.
De seguir creyendo en la misma vida, en emocionarse como el primer beso que dimos a esa persona especial, en sentirnos amados y como diría Pericles “El tiempo es el más sabio consejero” y que aquí está mi generación para esperar el tiempo que sea preciso para alcanzar la gloria. Me debo a mi generación no me guardaré ningún secreto, escucharé sus sabios consejos, aprenderé de mis errores y me levantaré las veces que haga falta y si sigue habiendo lluvia me resguardaré y campearé el temporal tal y como venga. Los cumpleaños cuando era pequeño los saboreaba muy bien y ahora de adulto comprendo que de eso de cumplir años es cumplir un año más de experiencia y de aprendizaje de cómo se ha vivido la vida a lo largo de sus distintas etapas y que nunca renunciaré a mis orígenes y que siga sintiendo lo mismo cada día y el amor profundo por mi pueblo y mi entorno. Es un placer vivir la vida que estoy viviendo sin adulterados, ni edulcorantes, las distintas fases por la que he pasado y que sigo en la brecha conquistando musas imaginarias y describiendo todo lo que me pasa al ritmo de una generación dispuesta a llevar bien alto que cómo la generación del ochenta y cinco no hay ninguna y que seguiremos soñando por los siglos de los siglos.
Y, ya que ninguno se incomode, que esto se trata la vida de dejarse llevar por la magia y por seguir siendo hombres y mujeres libres e iguales y yo soy un privilegiado de perseguir sueños diarios al alcance de todos por muy pequeños o grandes que sean, lo mejor de todo es poder alcanzarlo y que este artículo de “El Diván 1.0”, llegué a todas las generaciones, pero en especial a la mía. Me despido con un alegato para todos ellos: “Si somos capaces de emocionarnos, hemos cambiado un poco el mundo”.