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DESDE EL JERGÓN

A prestar se prestan los préstamos que no devolverán ni volverán a ser lo que quisieron. Al enquistarnos en la rueda de la fortuna los desafortunados convertimos en cuadrado la esfera del poder y no saber. Al rebufo del deseo no satisfecho se arrima la tensión resuelta en las esquinas de la desesperación, entre bolas de nieve y aguas mayores para resarcir la ansiedad. Tiempos confusos, horas muertas en la carne y resucitadas en los tentáculos de una noche turbia. Efluvios luminosos y caleidoscopios de terror al amanecer del alma moribunda. Al final, tan sólo se trata de disimular y acercarse un poco más al pánico de saber quién es uno mismo. De vernos como braditas en medio de un mar de astros nocivos y masivos. Si enfermamos de gusto confirmamos el regusto. Cuando durmamos con los justos despertaremos con los ilusos. Es la vida, y eso comporta ciertos peajes. Nadie contempla la voracidad del heliogábalo más que cuando lo escucha barritar y del estómago le nacen manos dominadas por el ansia. Vivir para ver, oír para oler y tocar para probar. A las caricias nos remitimos, con las caricias nos redimimos. Los sueños duran muy poco, por eso ninguno de nosotros puede aspirar a ser el más ardiente de ellos. Solamente a los hechos godibles debemos encaminarnos para ser capaces de regodearnos y olvidar sólo lo olvidable.

A apretar los puños y hacer sonrojar las palmas de las manos y las suelas de los pies debemos aspirar todos los artrópodos, sólo por ser conscientes de nuestros artejos y las posibilidades combinatorias de dichos apéndices. Pronto todo esto dejará de ser el campo de batalla y pasará a convertirse en mero páramo acuciado por la precariedad. Mientras tanto, durante el resto de las vidas pasadas y futuras que acechan el pozo de las primeras necesidades no habrá más niebla que la que provoquen los anhelos y los velos que los ocultan. No se priven de expresarlos para que dejen de ser propios. No es cuestión de saber contar sino de cantar lo que se sabe. Hay cuentos que no se cuentan más que para recontar las balas en la recámara y repuntar hacia una línea curva y brumosa. El brillo de los ojos vislumbra la carroña que nos servirá de alimento. Habrá que esperar al último dilúculo, o al penúltimo vínculo con la oscuridad, para que los cuerpos infames vengan a perseguirnos después de otra carrera sin principio ni final. Las nuevas formas de expresión corporal no tienen mucho que ver con las viejas normas de expansión espiritual. Bañémonos en el bodón de al lado justo antes de que el sicote amenace con no dejarnos seguir caminando y aliviemos el dolor con pihuelas que nos anclen a la tierra de la que siempre quisimos huir.

 A pecar nos impulsan las efélides demoníacas que nacen del rostro más impenetrable e inexpresivo. Será por nuestra propia inclinación a la hecatombe, a cualquier catástrofe que llame a nuestra puerta y nos indique la dirección a no seguir. Cuando alcancemos a la patrulla anterior, la avanzadilla mirará sus cascarrias y pensará que nunca podrá llegar a la meta en las condiciones previstas. Eso también es vivir para contarlo. O beber para evitarlo. A casa, a la de quien sea, se alcanza con dar pasos más largos y encoger un poco el corazón. Acortándolo, acotándolo y arañándolo. Sin espesuras ni contracturas que lo aquejen, ni résped que amenace con envenenar las palabras ni la piel. A flor de escama florecen los suspiros. A poco que nos descuidemos, las voces de ultratumba se encarnarán en cabezas destetadas y certezas despistadas para volvernos un poco más locos. Invitar a los espantagustos que más amamos no podrá más que encarnizar la guerra hasta el próximo límite, donde los trasijados por el viaje y los pasos en falso repudien hasta a sus propios hijos con tal de acariciar acaso un segundo de gloria. Cojijos, cojitrancos, despreciados y despreciables. Viles y veleidosos ombligos por alimentar.

 Tal vez no sea el momento de zaherir a quienes ya han sido suficientemente flanqueados por el odio y la indiferencia, pero puede que a esos tampoco les importe saber que aquí nos hallamos y aquí seguiremos. Desde aquí odiamos, hacia allí nos rearmaremos. El momento de la verdad, la que se hunde en las arterias y llena de aire la sangre, está a punto de matarnos a todos.

Disco del mes: La amenaza constante – Perdido en el tiempo

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