Félix Suarez

Opinión -

Ambas son partidas de ajedrez, pero con seres humanos de por medio, personas de carne y hueso, la mayor parte de las veces, pobres de nosotros y de los demás, somos empleados como simples peones. Quienes juegan la partida moviendo las piezas son insensibles al sufrimiento ajeno, aunque dicen defender los intereses de las mayorías o de los demás.

No dudan en recurrir a la manipulación, al engaño, a la humillación, al chantaje, a la violencia y hasta a la muerte para lograr sus fines. Ansían el poder, esos jugadores y jugadoras sin escrúpulos, no aman de verdad a nadie, salvo a sí mismos, el resto o están con ellos o contra ellos.

Sienten pasión por enfrentarse a sus pares porque les sube la adrenalina y les infla el ego, no les importa a qué medios tengan que recurrir para alzarse con el subidón del triunfo. Están enganchados y enganchadas al poder, a dominar, a creerse el ombligo del mundo, ni viven, ni dejan vivir.

Este juego se da a todos los niveles: desde el patio del colegio hasta los más altos despachos, desde el vecindario a las sedes de las grandes corporaciones, porque a esa ralea insensible se la encuentra incrustada a todos los niveles de la sociedad, de tal modo que los hay bien situados y los hay de medio pelo. Pero cuando se concentran (y efectivamente así parece ser) en los estratos más altos de las sociedades (donde aparecen los negocios y la política y geopolítica subordinadas a ellos), es cuando el peligro para las mayorías (manipulables, pero inclinadas al vive y deja vivir) es exponencialmente más alto.

Ojalá y pudiéramos, ojalá estuviera en nuestras manos, poder confinar a este tipo de personas -con un simple chasquear de dedos- en un lugar donde sólo se pudieran hacer daño entre sí. Este mundo, tal vez, sería otro.