Publicado el 27 de Marzo de 2020, Viernes Lourdes Paredes Cuellas
Actualidad -
Jerónimo
López Mohedano. C O
La
memoria individual no goza de demasiado respeto entre los puristas, frente a la
que permanece bien sea en su vertiente académica o la que nace de la ortodoxia
histórica, esa que se nos revela entre los renglones de las páginas de los
periódicos o que nace de las páginas de un libro porque aún perdura entre
nosotros la veneración por la palabra impresa, aunque también sepamos que en
muchas ocasiones las ideas se postergaban o se inclinaban -como el talento- al
miedo, a la miseria, a los intereses de quienes los escribían o de a los de quienes
los mandaban escribir, aunque ahí están esos ejemplos de honradez intelectual y
social cuyos nombres y trayectorias contrastan con los anteriores. Siempre se
ha dicho que la Historia, así con mayúsculas, la escribían los vencedores que
se encargaban sin el menor escrúpulo de silenciar, de prescindir, de ignorar
cualesquiera otros textos que no se ajustasen a los cánones establecidos bien quemando
o destruyendo esas publicaciones, bien evitando que las que no hubieran sido
previamente autorizadas superado el filtro de la censura previa llegasen a las
manos de los lectores.
La
memoria individual, esa que nace de lo que vemos y oímos cada uno de nosotros,
esa que nos permite identificarnos a nosotros como yoes propios, esa que cuando
nos la arrebata el alzhéimer o cualquier otra enfermedad mental nos señala como
no personas, es la memoria que se nos hace imprescindible en estos días en los
que el obligado confinamiento preventivo y la sobreinformación que recibimos
amenaza con anegar nuestras vivencias cotidianas que, no por ser
insignificantes están desprovistas de sentido, pues cuando todo pase -y aquí quiero recordar el cuento que la
inteligente Scherezade relató una de
aquellas mil y una noches al califa asesino, aquel de la fórmula de la
sabiduría y la felicidad, de la aceptación de la dualidad de lo bueno y de lo
malo que encontrando mientras vivimos, y que se escondía en el reverso el
anillo del otro califa, el del cuento dentro del otro cuento, y que no era otra cosa que «Todo esto también pasará»-
Cuando
estos días extraños y de tribulaciones pasen, deberíamos de no fiar tan solo a
nuestra memoria oral, por buena que nos parezca -o realmente sea- la custodia
del recuerdo de estos días en el que el coronavirus se hizo omnipresente en
nuestras vidas más o menos alegres y confiadas, como si de un dios caprichoso, cruel
y vengativo se tratase, mientras nos negábamos a admitirlo ¡Estaban tan lejos
Wuhan y esos bárbaros chinos que aún comían carne de animales salvajes
adquiridas en los mercados públicos! Claro que cuando fue la civilizada, culta
y rica Italia la que tuvo en su seno la epidemia, empezamos a inquietarnos por
el llanto y las familias rotas: ¡El enemigo estaba dentro! Y es que nadie
aprende en cabeza ajena y nos afectan más las tribulaciones de nuestros vecinos exponencialmente según la
distancia a la que convivamos, aunque sintamos una cierta, y pasajera, empatía
por los más lejanos, con los que únicamente compartimos las noticias de la
radio o imágenes en los telediarios por eso, ahora, estamos compartiendo
relatos e imágenes de vidas y muertes de compatriotas anónimos –las de los
conocidos, es harina de otro costal, como los Amigos de Gines cantaban en
aquellas tan populares sevillanas «Cuando
mueren los famosos// todo el mudo lo
lamenta//¡cuántos pobrecitos mueren //y nadie los tiene en cuenta!»-, de
hospitales desbordados, de calles vacías, de solidaridad y de egoísmo, de
imprevisión y de autosatisfacción, de heroísmo cívico y de insensibilidad
social.
También
convendría que decidiéramos nosotros qué es lo que debiera ser recordado y qué es lo que tendríamos que
olvidar, sin dejar en modo alguno que otros decidan por nosotros lo que es
digno de guardarse en el acervo memorial colectivo y lo que no lo es, lo que
debe ser silenciado y lo que ha de ser ensalzado. O por lo menos ponérselo un
poca más difícil a la hora de que nos quieran hacer esos trampantojos: hoy día, la mayoría disponemos de teléfonos
inteligentes que nos permiten captar la realidad que nos rodea en los momentos
que nos interesan: imágenes y palabras, llantos y canciones que podemos
compartir casi instantáneamente a otras personas. Serían una herramienta
poderosa para ayudarnos a colocar cada pieza del puzle, para acercarnos en lo
posible a la verdad, pero ahí están los estúpidos, los graciosos, los
falsarios, los aprovechados, los sinvergüenzas o los delincuentes, dejo para el
último lugar a quienes de manera acrítica, inconsciente y meramente seguidista,
se convierten en vectores divulgadores que permiten reenviando si comprobar
nada, que el ciberespacio sea menos seguro y poco menos que una selva en la que
todo vale. Pero teniendo esa capacidad no la sabemos aprovechar, porque esos
videos, esas fotos nos inundan, llenan las memorias de los móviles y se
acumulan desordenadamente en la mayoría de los casos hasta que las necesidades
de liberar memoria, los cambios de móvil o cualquier otra incidencia, cuando no
la dejadez y la desidia las hacen desaparecer.
Sería
preciso que aprendiéramos a separar el trigo de la paja, que seleccionásemos y
guardáramos como oro en paño esos archivos de imágenes que tienen más valor que
el de la simple anécdota y que serían como hitos, como fuentes que nos ayudarán
a revitalizar nuestra memoria cuando el paso del tiempo nos haga dudar o
discutamos entre amigos como fue o cómo creímos que fue, sean amigables
árbitros y manantiales incontaminados de conocimiento.
Dicen
que esta época es una época un tanto rara, porque son más quienes escriben que
quienes leen, pero esto, si es un reproche, no es nada original: a finales del
siglo XIX el muy conocido periodista y poeta cordobés Antonio Fernández Grilo,
que tanto éxito social tuvo, escribía (y cito muy libremente de memoria): que
eran tantos los versos de los poetas cordobeses que sería abundante la cosecha
si se hiciera. Para estos largos días que aún nos esperan -hoy estamos
terminando la décima jornada de esta escalada- para evitar que esta historia se
nos vaya quedando atrás y se convierta en leyenda o en algo parecido que solo
tenga unos átomos de la verdad que enmascara, os invito a desarrollar nuestras
capacidades para recordar también por escrito, para organizar y sistematizar
los vivido de una manera imborrable y veraz, porque no vamos a engañarnos a
nosotros mismos, aunque a veces queramos endulzar o dar más o menos importancia
a los hechos sabemos que no nos vamos a engañar a nosotros mismos, que sería
como hacernos trampas jugando al solitario. Por lo menos, aunque no nos sirva
para remover nada, para cambiar la realidad, nos otorgará una razonable certeza
a la hora de rebatir la verdad centralizada, impuesta o monopolizada y permitirá
decirnos que las cosas fueron como nosotros las recogimos y del modo que las
vivimos. Vamos: que nos dará la tranquilidad de sabernos poseedores de una
verdad interior propia.
Aunque
nuestra memoria-realidad sea parcial, si es veraz, siempre podrá encajar en el puzle global
cuando se quiera hacer revivir el pasado colectivo, pues la Historia no la
hacen solos los grandes, los poderosos, los artistas, los científicos, los
guerreros, los inventores (póngase aquí quienes faltan y el género femenino
correspondiente), nada serían sin el concurso anónimo del pueblo trabajador,
que lucha, sufre, canta y soporta sobre sus hombros la punta del iceberg que
representa a quienes sobresalen en el mar del silencio post-mortem de quienes
un día fluyeron en el río de la Humanidad. De ahí la importancia de recoger y
fijar nuestra memoria, nuestros particulares testimonios brotados de nuestros
ayeres y nuestra sangre, que con el devenir del tiempo puedan convertirse en
valiosas, aunque humildes, piezas en la labor de periodistas, investigadores,
historiadores y cronistas incorporando esas voces individuales, esas verdades
propias que de otra manera se perderían como si jamás hubieran existido.
Personalmente
tengo que agradecer los testimonios de los cientos peñarriblenses entrevistados
desde hace más de un cuarto de siglo, cuando era uno más de quienes creían que
no se podría escribir una historia local, porque nuestros antepasados fueron
gente tan humilde, de tan poca relevancia, apenas dedicados a su labores
profesionales o domésticos, que nada relevante habría que contarse de ellos. Pero
lo cierto es que, sin la humanidad de sus interesantes testimonios, sin su
generosidad, el pulso de mis escritos no hubiera sido el que es. Y abundando en
la necesidad de fijar nuestras verdades,
nuestros recuerdos y olvidos, reconocer la labor callada de algunos de nuestros
convecinos quienes en los últimos años escribieron esos humildes libros de
memorias aprovechando las facilidades de publicación, para sus familias
principalmente, pues no creían que sus vivencias ciudadanas tan comunes, pudieran
ser de interés para el resto de sus paisanos o para cualquiera de los curiosos
investigadores, como quien esto escribe, dedicados a desvelar la vida y las
costumbres de los pueblos fijándose más en cada uno de los árboles que en el
bosque completo del que forman parte.
|
 Actualidad : Últimas noticias LA NATURALEZA HA HECHO SU TRABAJO AHORA NOS TOCA EL MANTENIMIENTO Verdes EQUO apoya las manifestaciones convocadas por las Mareas Blancas andaluzas para el 7 de abril SÁBADO DE GLORIA DONDE PUDO PROCESIONAR JESÚS RESUCITADO Y A LA VIRGEN DE LA ALEGRÍA, PARA PONERLE EL PUNTO FINAL A ESTA SEMANA SANTA EN PEÑARROYA-PUEBLONUEVO |