Publicado el 19 de Diciembre de 2008, Viernes
Psicología - Durante el último mes del año, cuando terminan las clases en los colegios, en las universidades, se cierran los balances en las empresas y la gente comienza a hacer sus compras para las Fiestas, muchos se detienen a hacer un balance de lo que significó 2008 para sus vidas. También hay quienes se proponen metas para 2009.
Ésta es la pregunta que este mes (todos los años) comenzamos a hacernos cada uno de nosotros cuando se acerca la noche del 31 de diciembre y nos disponemos a acabar un año con sus proyectos, frustraciones y logros. Es el momento en que evaluamos si un año ha sido bueno y productivo, o malo. Un buen balance siempre debe estar estar ligado a la realidad posible, a la realidad que uno vive.
La visualización de un año que se acaba nos pone en guardia casi sin darnos cuenta, como si nuestro reloj interno nos avisara de que hay otro año más.
Sucede que el último mes del año no sólo acarrea la colorida invasión de luces, villancicos, adornos rojos y verdes...
Diciembre es, más bien, sinónimo de una complicada mezcla de emociones, en la que se combinan la nostalgia por el tiempo que se despide, la ansiedad por el que llega, el cansancio por las actividades realizadas y la prisa por concretar las pendientes.
Generalmente, la apreciación de que el año tiene un inicio y un final provoca que se considere a diciembre como el tiempo límite en la consecución de las actividades educativas, laborales y profesionales, empresariales, emocionales, amorosas y cotidianas, entre otras.
Esta inevitable conciencia del fin de una etapa trae apareada otra acción propia de la época: el balance del fin de año. Es el momento en que evaluamos si un año ha sido bueno y productivo o malo e improductivo.
La necesidad de un repaso por nuestra vida (repaso por cierto que hacemos todos consciente o inconscientemente) responde a la necesidad subjetiva de evaluar aciertos y errores.
Ligado a una sincera autocrítica, el balance puede ayudar a la rectificación de algunos comportamientos y por eso, tiene importancia psicológica, social y familiar.
Sin embargo, la experiencia muestra que muchas veces, cuando evaluamos el año, las promesas de cambio sustituyen mayoritariamente a lo que realmente se hace y tenemos la oportunidad de evaluarlo al año siguiente.
La revisión de las cosas buenas y malas que han ocurrido durante el año que se va, provoca no solamente que las personas miren hacia atrás sino también que se propongan proyectos a concretar en el tiempo simbólico que se inicia.
Sin embargo, eso puede resultar difícil teniendo en cuenta que la mezcla de emociones y cansancio nos domina a todos durante esta época del año y que todo se percibe con una sensibilidad especial.
BALANCES y PROPÓSITOS
Todo balance siempre es preparatorio de futuras acciones. No tendría sentido el balance si no nos proponemos cambiar con los resultados que tenemos. Por eso, los resultados no han de confundirse con nuestros deseos. Lo que se estima como buen balance se refiere a si está claramente ligado a la realidad que vivimos, no sólo a los anhelos personales. Así será más posible abordar las nuevas metas.
En tal sentido, es creíble que tiene mayor posibilidad de éxito la persona que guarda coherencia entre lo que piensa, dice y hace. Alguien que distingue el creer del querer. Aquellas personas que no parten de este análisis se crean una realidad ficticia que dificulta muchísimo su bienestar psicológico. Estas personas que crean una realidad artificial (fantástica muchas veces) sobre sus logros personales, laborales, económicos y/o afectivos tendrán mucho más lejana la felicidad futura. Es más, seguir por ese camino puede llevarles a un trastorno. Así es que ojo con las fantasías sobre la vida. Una cosa son los sueños y, otra muy distinta, las realidades.
Pero las personas reviven aquello que ya pasó y, sobre todo, lo que quedó sin realizar. Eso puede provocar un sentimiento de pérdida y, a veces, hasta de impotencia y de rabia. Pero hay que subrayar la necesidad de que, en el balance de fin de año, la persona se reconozca siempre como humana y de que no sea muy severa consigo misma. Generalmente, los adultos tienden a repasar sus fracasos con una actitud muy crítica, que no les es favorable. No ocurre lo mismo con los jóvenes, cuyos análisis se van al otro extremo, mucho más permisivos consigo mismo. En vez de tomar una u otra postura, la persona debe reconocer sus fuerzas, capacidades y seguridades, ...Y más que nada, alumbrar su balance con la luz de la esperanza, que es la que en definitiva nos dará el empuje para formular los planes para el tiempo que viene.
Detenerse a pensar y a mirarse a sí mismo es algo que muchas personas no están dispuestas a hacer porque tienen temor. Y es un extraordinario ejercicio. Pensar y abordar los pros y los contras, hacer una lista con ellos, viendo las ventajas y los inconvenientes de un cambio, sabiendo la importancia que le damos a cada una de las cosas que suceden si tomamos una decisión u otra, si avanzamos por un camino u otro. Si nos proponemos algo o no. Si nos dejamos llevar por las circunstancias de nuestra vida o introducimos algún cambio para mejorar o para cumplir un sueño. No hacerlo a veces refleja un miedo (que es normal, adaptativo) pero que nos paraliza si no actuamos.
Cuando no consideramos si los proyectos efectivamente tienen una forma realista de llevarlos a cabo y no los podemos realizar, es muy posible que lo percibamos como un fracaso personal. Así, sentiremos que vivimos fracasando cuando en realidad existían grandes dificultades o directamente una imposibilidad de hacer la cosa que nos habiamos propuesto.
Es importante saber que no hay que forzar los proyectos con una exigencia formal de una fecha determinada. Éstos se priorizan naturalmente; no sirve de nada decir el 1 de enero cambio de trabajo, saldré al extranjero, tendré pareja, me divorciaré... Sólo aquéllos que conlleven conflictos son a los que hay que ponerles un límite, una vez madurados.... ya que de no hacerlo estaremos siempre con un conflicto permanente que nos nos dejará ser felices.
Los temas pendientes son expresión directa de lo dependientes que somos. La posibilidad de concluir con ellos es, después de una reflexión no eterna, decidir. Esto ofrece un alivio marcado y ayuda a comprender que las demoras residen en creer que los problemas se solucionan cuando en realidad se superan.
No olvidemos que siempre tiene mayor posibilidad de éxito la persona que guarda coherencia entre lo que piensa, dice y hace.
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