Llegó el momento de quererse más de lo justo y necesario. De arrimar tempestades y arribar ansiedades para hacer de los sayos las capas más largas y brillantes de la pequeña historia de cada uno. Al saberse en lo incierto lo llaman la suerte del muerto, y al recrearse en lo cierto lo apodan la muerte del tuerto, sin posibilidad de revuelta. Vuelta y vuelta en el aparador de la cocina fluyen los líquidos pringosos y los azúcares rijosos de la noche de autos. Todos, en comandita y comunión, saben que detrás de la ventana no sólo cantan y defecan los pájaros de nuestros deseos más ocultos, sino también los rumiantes ansiosos por pertenecer a nuestra manada. Devorados seremos en el próximo banquete, tal vez el del año siguiente que sucederá a todos los demás. Inveterarse es mucho mejor que enaltecerse. La confusión y la fusión son la misma cosa a la hora de acudir a su llamada, porque nunca sabemos cuál es la verdad que nos azora y nos escora al lado oscuro del camino.
Nadie ignora, o no debería al menos, que a los zurumbáticos que nos rodean, que son legión, deberían contagiarles el mismo espíritu de desidia que al resto, para que la acción pase a ser sólo esperanza. Es irrealizable, irreal e irremisible el retroceso que experimentamos a cada ocasión de revelarnos contra lo inadmisible. Las tornas cambian, las formas tornan y los cambios forman nubes de excremento expulsado con desgana. Los aspaventeros que dicen tener la razón absoluta sobre lo que los demás han de hacer para complacerlos a ellos no han de graduarse la vista ni exponerse el corazón como el resto de los mortales. Referentes y reflectantes. Residentes y resilientes. El atasco de esta mañana nos dejó con la frente sudada y el codo lisiado, esperando a que ataran los perros al semáforo del cruce mientras la luz anaranjada daba paso al rebaño. Es como un amanecer invertido o un anochecer revertido, lo mismo nos da si nos da lo mismo reventar de una vez. Con la música del mundo rodeando el círculo de la ansiedad, con rezos y plegarias perdidos en la trastienda del tiempo, encontramos la razón de ser alacres y aligeramos el equipaje extraviado. Será que intentamos arrizar las pertenencias a no sé sabe qué o quién y al mismo tiempo ejercer de papahuevos sin oficio ni beneficio, como la inmensa mayoría se contradice en las intenciones de votar por el menos listo del grupo. Líderes o asesinos, esa es la eterna pregunta. Próceres o beatos, esta es la nueva misión. Testificar a favor o en contra del criterio propio. Trocear los pensamientos y hervirlos a fuego lento para que cojan cuerpo y pierdan alma. Como una crisanta resabiada ante la que buscar el efugio más socorrido o un diosito de pacotilla tras el que postrar voluntades, acercarse al sentir de la multitud y no reconocerse en él puede ser la salida de emergencia más útil. Por los siglos de los siglos, amén.
A esta nueva jitanfájora no le faltarán acentos ni entonaciones grandilocuentes que la minusvaloren. Salva sea la parte del texto que llegue a encontrar cobijo entre las cejas de algún portavoz relapso que insista en hacerla pública. En la estancia principal se cuece la prestancia minimal, que será servida en bandeja de plata guarnecida con ramas finas de realidad, escogidas para no hacer demasiado daño salvo el que se supone. Por eso permanecemos sitibundos y relamiéndonos ante la visión del oasis prometido y nunca alcanzado, el reflejo mismo de la conducta condenatoria. No hay precisión en el análisis psicológico ni rescisión en el sistema patológico, colmado de microorganismos en disputa perenne contra su propia expansión. ¿Qué quisicosa, qué génesis de origen furibundo nos redunda en la cabeza sin que podamos rodearla con la misma amenaza? Necesitamos pendolistas aplicados en sus labores y nunca reconocidos por sus mayores. Todo es por aclarar las cosas, aunque sepamos de buena tinta que será imposible entenderlas cuando nos volvamos a sentar a la mesa de los disgustos.
Otra vez la tonada que avisa de que todo lo que no deseamos está al llegar. Revolcaremos la memoria y conculcaremos la historia para que cada pieza encaje en el sitio y momento fijados de antemano. Y no rechistaremos cuando nos vayamos a dormir con la certeza de habernos vuelto a equivocar. Cuando salga el sol ya veremos si la luz es la idónea.
Disco del mes: Biznaga – ¡Ahora!