Mi siempre gran admirado Manuel Alcántara, maestro en el difícil arte del bien escribir, al que no pasa un solo día que no lea y me haga sonreír con sus sutiles ocurrencias; en su columna del día 31-5-07 titulada ‘La otra lista de espera’ se pregunta y se sorprende no falto de razón, que entre los españoles se adopten unos 5.500 niños de otras nacionalidades y sólo unos ochocientos nativos. Yo también me lo he preguntado infinidad de veces y ha sido tema de conversación con familiares y amigos. Como él dice, la generosa acción de meter en casa a un desconocido, aunque sea a una inocente criatura, y estar dispuesto a hacerle partícipe de tu vida es sublime, es muy loable, pues se muestra un corazón grande, y no todo el mundo está dispuesto a ello, pues conlleva salir de la comodidad y entrar en más preocupaciones, y también, claro está, desvivirse e ilusionarse con el adoptado, y esto asociado a no poco sacrificio; y a veces, cuando son mayores, no dando esa calidad deseada como persona, a pesar de la buena educación inculcada por sus voluntarios progenitores.
Pero la pregunta es: -Si queremos hacer una buena obra y el prójimo empieza por el más próximo, ¿por qué nos atrae más lo que se presenta lejano, lo más distante?. Si no me he perdido entre líneas centrado en la grandeza de la solidaridad, o navegando en el humo de mi cigarrillo, creo recordar que de una forma sencilla (yo al menos me quedo con esa idea), nos lo explicó el gran poeta vallisoletano Zorrilla, príncipe del romanticismo, en una estrofa de su obra: “Margarita la tornera”. Él, graciosamente nos dice: “Porque siempre apetecemos / lo que más lejos se muestra, / lo que menos encontramos / que a nosotros se asemeja, / lo de que entendemos menos / costumbre. Claro que él se refería al denodado amor de los enamorados; y este amor de hacerse cargo de criaturas abandonadas en soledad, es otro amor: es Amor con mayúscula.
Puede ser que nada tenga que ver una cosa con la otra, pero estos versos llegan a introducirse por las fisuras del entendimiento y puede dar respuesta de por qué nos atrae lo de la otra orilla del charco, y deje de resultarnos menos arcano y menos sorprendente.
