Sin lugar a dudas el filósofo Salvador Illa es una figura relevante. Subrayo lo de filósofo porque para mí tal condición es más que la de político, incluso aunque su nuevo traje sea el de President de la Generalitat. Hay que reconocer que, de cuando en cuando, en medio del lodazal, se cuelan otras actitudes, otros estilos y este es el caso de Salvador Illa. Y aunque, ciertamente, sus habilidades dialécticas me parecen más bien escasas, su figura global sí lo hace destacable a base de parecer plano, bonachón y moderado. El tremendismo imperante en España convierte en políticos bien valorados a los que se muestran suavones y templados. Este filósofo Illa parece un tipo serio, cortés y dialogante, cualidades que no estábamos acostumbrados a escuchar acerca de un político. Podían añadirse más elogios, pero este artículo no pretende ser un panegírico. Baste decir que su disposición permanente al diálogo ha marcado un tono institucional con escasos parangones en la actual clase política española. Porque no olvidemos que en democracia el fondo también está en las formas.
Su partido lo mandó a Cataluña no tanto porque fuera catalán sino porque sabía que podía resultar un caballo ganador en el hipódromo electoral catalán para competir con garañones y potrancas con ADN y apostando por la transversalidad y el buenismo de un discretísimo jinete para demostrar que se puede derrotar al populismo que excluye y etiqueta. En efecto, “les altres catalans”, como nos llamaban en los 70 a quienes desde toda España habíamos emigrado allí, han ganado esta vez la carrera y eso descoloca tela. Digamos que el efecto Illa interesa a su partido en particular, pero el estilo Illa nos conviene a todos. Su tono moderado y la disposición a escuchar es una clave de bóveda para la construcción del inmediato futuro que se va a dilucidar en Cataluña en los tiempos presentes pero también en España. Tengo la impresión de que, si la aritmética le ayuda, Salvador Illa está llamado a ejercer un papel preponderante en el devenir de Cataluña y, por ende, de España y, en esa medida, la operación Illa puede ser considerada como una cuestión de Estado. Su talante, moderación y capacidad de diálogo es fundamental para intentar resolver “la cuestión catalana”, si no en una legislatura, en varias. De alguna forma el futuro inmediato de Cataluña probablemente sea también el de España. Cataluña es España y España es Cataluña. No renunciemos pues a ninguna parte de esa ecuación. Cataluña representa, hoy por hoy, nada menos que el 20% del PIB español y de nuestras exportaciones, amén de valores de todo tipo que no renunciamos a compartir.
Cataluña y el resto de España necesitan establecer un diálogo distorsionado hasta ensordecer por el griterío fundamentalista de uno y otro lado. Se trata de una cuestión biunívoca, no basta la actitud de una sola de las partes. Ambas partes necesitan de la pedagogía y del sentido de la Historia para superar el actual status de bloqueo político que tiene dos ejes: los independentistas no tienen un héroe de la retirada, alguien que repliegue las filas…Y el españolismo, el constitucionalismo, no tiene el héroe de la reconciliación, alguien que esté dispuesto a sentarse y tratar de entenderlos y no zaherirlos tras su derrota. Ni unos ni otros lo tienen. Mantener una determinada concepción de la Historia, del derecho a la identidad de los pueblos, del concepto de patria y cosas de esas así en mayúsculas, son las realmente importantes y precisan de verdaderos líderes de Estado, no veletas sin rumbo. Ciertamente no será fácil pero para el objetivo de generar esperanza basta con que sea posible. Escribió Fernando Pessoa que “el valor de las cosas no está en el tiempo que duran sino en la intensidad con que acontecen. Por eso existen momentos inequívocos, cosas inexplicables y personas incomparables”.
A lo peor exagero, pero para mí este es uno de esos momentos pessoa.