Hay quien cree que ser andaluz es un accidente geográfico y cosas del destino, pero no, ser andaluz es mucho más que eso. Incluso mucho más que una coincidencia estadística con sombrero de paja, folclore y siesta programada, aunque también. Somos más que esa gente simpática que queda muy bien en los anuncios de cerveza y que realizan trabajos de “baja cualificación” en películas y series, aunque gracias a Dios, cada vez con menos frecuencia. Pero no, señores/as, el andalucismo no es un disfraz, es una piel. Y a algunos, como a Manu Sánchez, hasta les ha costado dejarse un testículo en la lucha por defenderlo, aunque precisamente no haya sido por su lucha por un andalucismo de altura. Antes que él lo hicieron muchos, Blas Infante, Caparrós entre los más ilustres, pero otros como Javier De los Ríos o Rafael Torquemada fueron referentes andalucistas en nuestros pueblos.
Porque hace falta coraje —del de verdad, del que no se disfraza de trending topic, en las distintas redes sociales— para seguir paseando el verde, blanco y verde. Vuelvo, de nuevo a referirme a uno de los dos grandes referentes que para mí ha tenido el andalucismo desde que pasé mi adolescencia. Uno de ellos, como he dicho antes, es él, Manu, humorista, presentador, militante de la risa con carga ideológica, poeta de la palabra hablada… y mártir del nuevo andalucismo. Que le quiten lo bailao, o lo operao, pero no lo andaluz.
Y es que este nuevo andalucismo ya no cabe en el cliché de feria y palmas, de pobres y analfabetos. Esto no va de batas de cola, sino de banderas en la conciencia. De saberse herederos de una tierra que parió más filosofía por metro cuadrado que muchas capitales europeas con mucho más bombo que nuestra tierra. Andalucía no es solo folclore, es cultura con raíces, identidad con compás y conciencia con acento, ese que muchos repudian e intentan que nos acomplejemos. Y el que no lo vea, que se lo haga mirar —pero con receta.
El otro referente de una Andalucía sin estereotipos es, Juan Carlos Aragón, que cantaba con la boca llena de versos y la cabeza rebosando filosofía, ya avisaba: “Andalucía es un estado del alma”. Lo decía entre pito y caja, como quien esconde dinamita en la copla y la hace estallar en las conciencias de quien escucha y por qué no decirlo de algún que otro político. Porque no hay revolución más elegante que la que se canta en el Falla en febrero y en todos los teatros de nuestra tierra. Ni ideología más profunda que la que se expresa con un disfraz, una guitarra y desde hace mucho tiempo, sin miedo.
El nuevo andalucismo no se disculpa por hablar como habla, aunque algunos así lo quisieran. No pide perdón por su cadencia ni su poesía. No se acompleja por su historia ni se avergüenza de su presente, porque Andalucía sigue teniendo sus sombras, pero sigue arrimando lumbre a sus luces. El nuevo andaluz no espera que lo salven desde arriba, porque ha aprendido que el sur también se construye desde abajo, como decía Manu Sánchez –- Hemos aprendido que a Madrid hay que ir, pero no hay que irse — como hacía nuestros abuelos, tíos y familiares. Que ser andaluz no es solo nacer en esta tierra, sino elegirla cada día como forma de estar en el mundo, mal que le pese a muchos, porque sí aquí trabajamos para vivir, como debe ser.
Claro, siempre habrá quien mire desde su altivez mesetaria —o desde su despacho de tecnócrata con acento neutralizado por másteres y correctores automáticos, como directivo de algún canal de televisión— y piense que esto del andalucismo es una cosa de nostálgicos o de graciosillos. Pero eso es porque no han entendido nada. O peor aún: porque no han sentido nada. Porque sentir Andalucía, es un acto subversivo, diario y por el que tenemos que luchar desde dentro, todos. Es rebelarse contra el relato único. Es decirle al algoritmo que el sur no es solo sol y playa, sino también lucha, memoria, dignidad y arte y que se respira en cada rincón de cada ciudad, de cada municipio, en sus gentes y en los muchos “malajes” que hay sueltos.
Así que, si usted aún piensa, siendo andaluz, que el andalucismo es una moda, un atrezzo, una tontería con acento simpático… si aún no ha comprendido que hay quienes lo llevan en la piel, en el habla, en el paso y hasta en el dolor… pásese una tarde viendo una entrevista de Manu Sánchez, un monólogo o cualquiera de las cosas que este andaluz hace por su tierra y su gente y como su latido andaluz no lo ha callado ni la quimio, o escuche un pasodoble de Juan Carlos Aragón, que el carnaval no solo se escucha en febrero, jartible.