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VERANO CÁLIDO

“…Que afecten paso, que ostenta limbos el mentido ocaso, y el sol deponga la porción rosada”.  Estos versos con chispeante gracia, los pone Lope en boca de una criada en una divertida parodia del culteranismo, cuando Boscán y Garcilaso en una tarde de verano, llegan a una posada. Lo que la criada -que es la más culta- quiere decirles, es que no hay alojamiento; que se vuelvan por donde han venido que se está haciendo de noche.

 Estamos en verano. Tiempo de vacaciones. Aunque es cierto que con el calor aumentan el nerviosismo y la agresividad, démonos licencia para inundar nuestro espíritu de paz y relajémonos. Estamos cansados de usar cáusticos adjetivos y de navegar en aguas procelosas. Tomemos a broma, cuando (como la criada) alguien creyéndose erudito, se atreve a corregir tus escritos como si fuera un catedrático. Contengamos esa brusca palabra, si un conductor despistado, con el tráfico que se incrementa en estos días hace una maniobra imprudente. Disfrutemos con los amigos tomando una cerveza y conversando en una tranquila terraza, o leyendo un buen libro en la penumbra cordial de nuestra casa. Yo, en mi imaginación, me traslado a un lugar recóndito y apacible.

Si quieres acompañarme, ven. Iremos donde ellos fueron. Pues bien. Era la hora de la ‘porción rosada’, en la que el sol recoge su manto y viste el horizonte de azul y grana, cuando la feliz pareja en solitario, pusieron rumbo al campo. Llegaron a un paraje maravilloso, un rinconcito del Edén, cuyo hábitat incitaba al deseo haciendo olvidar las preocupaciones innecesarias con las que nos atamos ingenuamente. Todo en el entorno cantaba amor: el lago, la anchurosa vega, el horizonte por donde sin prisa se elevaba la anaranjada luna, el alboroto de las aves diurnas buscando sitio entre las ramas de los morales acomodándose para pasar la noche, el balar de alguna oveja extraviada y en la lejana ladera la polvorienta nube que levanta la veloz carrera de un ciervo que se precipita a beber en una charca. En este regalo de la naturaleza, crepúsculo vespertino tan contrario a los del resto del año, los amantes cortando algunos palos y cañas y entretejiéndolos con ramas se procuraron un chamizo

. Unas finas palmas y sus ropas le servirían de tálamo acogedor. Luego, él fue desnudándola y ella a él. Las primeras estrellas parpadearon con más fuerza viendo con que ardor se besaban en la calma y conjunción de tantos hechizos juntos. Entre risas corrieron hacia el lago donde se zambulleron y largo rato estuvieron jugueteando. Ella, sirena de la noche, encendía con sus encantos los sentidos del joven. La escena por un momento parece recordar el rapto de la bella Europa por el toro blanco encelado en la ribera del mar. Mientras más crecía la oscuridad, más crecía el fuego.

La luna ya en lo alto, parecía tener envidia de tanta beldad y el airecillo pasando entre las adelfas chocaba contra las lisas pizarras que semejaban ciclópeas piedras en el fondo nocturno. Volvieron riendo y con músicas al refugio, donde el silencio sólo lo rompían dulces y amorosos: suspiros, ayes, gemidos. Fuera, sobre un tronco seco, miraban embalsamados los redondos ojos de un autillo. Dormidos los sorprendió las primeras luces del alba que mansamente fue acariciando sus desnudeces. 

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