Llega mayo y en la capital la cosa se anima, también en algunos pueblos, con las romerías. Por ello, según le ideario nacional colectivo por el que “el andaluz está siempre dispuesto a la fiesta y la alegría”, un servidor debería estar más que dispuesto a abrir billetera y dedicar tiempo libre a las numerosas actividades lúdicas que -entre la última semana de abril y la última de mayo- se desarrollan por doquier. Lo cierto es que no: no estoy dispuesto en absoluto.
Romerías: hay maneras y maneras de entenderlas, las hay más sanas, las hay menos. Servidor respeta a quien en ellas participa, pero si deseo una caminata, un rezo y un rato en familia, hacerlo en masa no es lo mío: la caminata la doy por donde puedo o me dejan, pero solito y con mi podenca, prefiero la relajación al bullicio y esa es la clave del artículo.
Ferias: tienen el mismo defecto consistente en masas humanas, gente con intoxicaciones diversas (por sustancias tóxicas ilegales o legales), música estridente y de calidad discutible, delincuencia a la caza de algún desprevenido, tráfico de vehículos insufrible, olores que revuelven los estómagos (y no me refiero a lo que los caballos dejan…). Vaya que me echa para atrás como si en una mala película de vampiros enseñan una ristra de ajos. En suma, voy a rastras, a regañadientes y renegando y no, no disfruto en absoluto.
Las cruces: versión en miniatura de caseta de feria y romería, juntas y a la vez, muy necesarias para recaudar fondos para las asociaciones de distinta índole que suelen ser sus promotoras, pero con todos mis respetos, tampoco.
En fin y en suma, parece ser que lo lúdico en España, y en el sur en particular, es una combinación de personal metiendo ruido a todo meter (con la música o a voces -porque no hay quien se entienda en cuanto se juntan diez en un mismo lugar-) y gente borracha o medio borracha (y cositas peores), todo ello en masa.
Pues miren, ni la canción del verano, ni las sevillanas, ni el reguetón o lo que sea que se ponga a todo volumen, ni la gente desfasando (en mayor o menor grado), ni el bullicio, son de mi gusto, me saturan los sentidos y me ponen de muy mal talante, me irritan hasta el extremo al cabo de pocos minutos, así que, con mis respetos, hagan ustedes lo que quieran, pero entiendan que hay personas que no disfrutamos de tales “placeres de la vida”.