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APAGÓN DE CONCIENCIA

¡Necesitamos la verdad sobre el apagón!, clama todo el mundo por estos lares, desde las redes sociales a las redes políticas. Fueron 9 o 10 horas de incertidumbre. En algunos sitios duró incluso más. Corte de la luz, desconexión digital,  interrupción de transporte, de las comunicaciones. La cuestión es que aunque  las consecuencias directas no fueron demasiado graves para lo que podían haber sido, las consecuencias políticas sí lo están siendo. Hay que pasarle la factura a alguien, reza el catecismo de la oposición. Abrirán el debate de las renovables versus las nucleares porque, ya se sabe, las renovables son de izquierdas y las nucleares de derechas. Cualquier tema vale si sirve para erosionar al adversario convertido como está en enemigo irreconciliable. De esta manera, un apagón eléctrico tapa otros apagones de conciencia como título hoy este picotazo al tiempo que abre nuevos campos de batalla. Así, desde tiempos inmemoriales. Auténtica marca España. 

Ciertamente muchas personas vivieron estos momentos con cierta ansiedad, sin poder localizar a sus familiares, sin saber cómo se encontraban ni cómo estaba afectando a las principales infraestructuras de país. Atrapados en los trenes, soportando atascos sus coches  que les llevaban a sus casas, preocupados por recoger a los niños, preocupados por los alimentos congelados en casa. Pero los Hospitales no dejaron de realizar sus operaciones programadas porque disponen de generadores eléctricos… Preocupados por si funcionarían las desaladoras… pero nuestro ejército repartiendo mantas a los que pasaron una noche regulera. Preocupados por si se derrumbaba España, pero la Bolsa no cayó, ni se inmutó. El Estado funcionó. La mayoría de los españoles, también.

Imaginemos ahora que esta situación no hubiera durado unas horas, sino más de un año y medio. Porque así lleva viviendo la población de Gaza desde octubre de 2023; con cortes constantes de la luz por parte de Israel, y no sólo la electricidad,  el agua y cualquier tipo de suministros también.

El mundo, que nos incluye a nosotros, parece desear de forma explícita o implícita que Israel concluya su trabajo de exterminio de los palestinos, que llevan décadas luchando por sobrevivir, perdiendo su tierra y sus vidas. Mueren mientras se les desplaza al norte, luego al sur, luego a ninguna parte. Mueren por desnutrición mientras rugen sus estómagos vacíos. Mueren porque todo es ya destrucción. Mueren por un inmenso apagón, una inmensa oscuridad.

Eso es lo que está pasando en Gaza  mientras el mundo calla: un genocidio en el que el hambre, la sed, la oscuridad, la incomunicación, las instalaciones sanitarias, la educación, todo absolutamente está siendo utilizado como auténticas armas de guerra. Así que no podemos mirar sólo nuestro ombligo. No pretendo caer en demagogias  facilonas; tan sólo en relativizar estos acontecimientos que están teniendo lugar en nuestro rincón del mundo para ayudar a entender mejor cómo estamos, cómo vivimos y si nuestro estándar de vida es universal y homologable para todos los seres humanos sin excepción. Pues no, es una obviedad;  desgraciadamente.

En un futuro próximo, cuando de las ruinas de Gaza o de los campamentos remotos  surjan jóvenes terroristas, nos llevaremos las manos a la cabeza. Y nos preguntaremos cómo es posible tanto odio y tanto desprecio por la vida humana. Nuestra amnesia voluntaria –una especie de apagón de la conciencia- no conoce límites. Nuestra hipocresía, tampoco.

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