Irene Vallejo en su maravilloso libro “Infinito en un junco” narra cómo en los EEUU dentro de las medidas del New Deal se llevó a cabo un proyecto encaminado a animar a la lectura a las poblaciones de ese inmenso país. Para ello un pequeño ejército de caballos y mulas se aventuraba cada día por las pendientes quebradas de los montes Apalaches, con las alforjas cargadas de libros. Como curiosidad, cuenta Vallejo que los jinetes de esa tropa eran, en su mayoría, mujeres.
Hago esta cita para introducir esta columna en la que pretendo resaltar que siempre en los EEUU hubo una realidad dual: hubo (y hay) una masa importante de población iletrada como la que refleja Vallejo a la que las buenas intenciones del Presidente Roosevelt pretendía rescatar del analfabetismo para afianzar la democracia. Pero, al mismo tiempo, aunque la bolsa de analfabetos era importante también lo era la bolsa de los listos que para entonces ya había descubierto la especulación de Wall Street.
Casi cien años después de lo que cuenta Irene Vallejo esos iletrados concentrados en las montañas, inicialmente alejados y temerosos del poder, se multiplicaron por mil, inundaron las ciudades y llegaron a asaltar las instituciones, ocuparlas, juguetear y hasta ciscarse en ellas animados por uno de los suyos- el guerrero naranja- que se jacta, se enorgullece de no leer nunca porque le parece perder el tiempo. Por eso titulo esta columna Iletrados al poder.
Y es que, si se parte de que las principales razones de la existencia humana son la búsqueda del beneficio máximo y el consumo impulsivo, ¿por qué perder el tiempo en el territorio de la cultura que no da dividendos?, se preguntará esta masa de iletrados encaramados al poder. ¿Por qué tenemos que aceptar como un valor superior lo que no entendemos? deben pensar.
Lo que sucedió y sucede en los EEUU pasa un poco también en otros lugares afectados de la misma pandemia que mezcla a partes iguales incultura y capitalismo, aunque aquí aún no hemos llegado a elegir a un loco que nos pastoree. Estamos a tiempo, tenemos argumentos y deberíamos tener también memoria para evitarlo. No pretendo menospreciar a los iletrados más de lo que ellos menosprecian la cultura pero es obvio que están crecidos y no sienten rubor alguno para hacer lo que hacen convencidos como están que son una representación divina, por lo que encuentran natural convertirse en héroes de nuestro tiempo. Es el caso de la dirigencia actual de los EEUU y su tropa que fardan de no haber leído un libro en su vida.
La pregunta es: ¿Estamos llegando en Occidente al final de la singladura en la patera de la Historia a la tierra prometida, una vez abortado el motín utópico en el Este o tenemos que seguir remando hasta Ítaca aunque no arribemos a ella? Lo digo porque algunas de las visiones utópicas de antaño parecen haberse olvidado para siempre abducidas por la arrebatadora atracción del glamour capitalista propio de las sociedades donde pacemos.
Y más: ¿Puede existir una ética capitalista ligada, unida a la incultura? Algunos autores admiten, a lo sumo, una ética de mercaderes que hace las veces de moral pública, una moral basada no en la igualdad, libertad, fraternidad de los seres humanos y en la sabiduría sino en la muy atractiva, sugestiva y legitima compra online de objetos mayormente innecesarios y la circulación a todo trapo de bulos y falsedades por la autopista de internet sin obstáculo, impedimento, cortapisa o valladar para el conductor mayormente también un iletrado.
¿Conseguirán los iletrados y el capitalismo salvaje unidos ahora en una suerte de fascismo redivivo lo que no consiguieron las más renombradas dictaduras totalitarias, esto es, acabar de una vez con la cultura y la democracia? Al paso que vamos, tal vez no tardemos en darlas por desaparecidas normalizando en un ejercicio de insensata complicidad. Depende.