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DESDE EL JERGÓN

En la quietud del momento hay implícita una inquietud del tormento. La ley no es de vida, sino de pura existencia, se entienda o no. Las órdenes que dicen que vienen de arriba no son más que el reflejo del desorden que late desde abajo. A quienes afirman saber qué tiempo hará pasado mañana no se les apareció imagen mariana alguna, y sin embargo son los pronósticos de futuro los más cercanos en ansia y expectativas, sin necesidad de adoraciones innecesarias. Es la oratoria de la idolatría, la moratoria de la alegría y la derogatoria de la bonhomía. Tampoco es que hablemos del mundo al revés, ni del revés que sufre el mundo en su devenir, sino del poder ecuménico extendido hasta las más remotas catacumbas de la historia. Allá donde laten las palabras muertas, esperando volver a ser pronunciadas en labios podridos pero poderosos; allí donde se extienden los dominios del numen elevado a los más altos infiernos; desde ahí donde se revuelven las bestias a recorrer el camino al que les obligaron a pastar. Habrá que repasar el martirologio, o actualizar creencias, para resolver quiénes pasean sus miserias en nuestro nombre, sin permiso ni credencial conocidos.

Como los pasos reticentes a llegar a ningún lugar, miramos el agua caída del cielo y reflejada en los charcos de las paredes a punto del desborde universal. El negro que todo lo cubre se funde con el azul que nada nubla, en una suerte de arcoíris irisado de ira y orgullo por lo que vendrá. En otras latitudes nos alimentaríamos de zacatón y andaríamos libres de albedrío para que nada malo nos persiguiera y sólo siguiéramos la pista del mejor horizonte posible. Probable o factible. Maleable o dirigible. En mil y una direcciones derivan ciento y dos opciones. Alguien pensará que para eso lo mejor es volverse locos, y razón no le faltará a quien asegure que al mangarrán que nos acusa con su indigencia intelectual debería faltarle la seguridad con que nos acucia. Lejos de regodearnos en ello, hociqueamos debajo de las piedras en busca del amor que dios sabe dónde se encuentra. A disparo limpio y golpes de hoz martilleamos la tierra que se nos resiste a fertilizar sólo para regresar por donde vinimos y empezamos a ver la luz. Tal vez sea esta la mejor manera de atisbar el primer rayo, atravesando bosques y serpenteando entre montes terroríficos de altitud y redención. Un turbión repleto de nubes de mármol y granito en el viento que arrastra. Bajando hacia el templo, por entre los viñedos, vamos gritando nombres en vano como para hacer herejía de la divinidad citada en vano. O eso nos enseñaron sin que supiéramos bien por qué, aun tantos años después. El aserto de ahora fue el acierto de después. El norte del sur se pone por el oeste de este que busca ser el otro. Puede que en nuevo amanecer, detrás del banco de niebla, se produzca un atraco fatal al verberar contra la roca nuestra frustración más profunda. Se trataría entonces de transponer a un plano físico todos los cráteres que rajan el plano telúrico. No, no hace falta entenderlo.

Ya éramos dilectos en la clase de selectos. Y directos en la calle de prefectos. No con tanta afinidad como debiéramos, pero sin lamentar la plaza que finalmente nos tocó ocupar. Sin riñas ni morriñas, ni nostalgias ni lumbalgias. Las manías no tienen cabida lógica en manos de un ciclotímico, por cuyas piernas podríamos hallar muchas claves de conducta. Si nos enlodamos hasta más allá de los hombros, la causa debería merecer la pena capital. Por nuestros antepasados, antes el pasado no pasaba de largo sin causar un mejor futuro; hoy todo pensamiento incierto está plenamente justificado por la necesidad de no asegurar absolutamente nada de lo que pase por nuestro cerebro. A efectos del vino, un buen aloque vendría a disfrazar unos cuantos momentos de celeridad emocional, y la dispararía hasta límites de fantasía que ya empezamos a echar de menos. ¿Un poco de distancia para saber de verdad hasta dónde podríamos llegar? Puede que sea buena idea, pero permítasenos antes llenar el bocoy de líquidos frugales que nos ayuden a llegar a mañana. Las formas y las normas son lo de menos, las hormas y las reformas llegarán en su justo momento. No hay puerperio malo ni refrigerio en vano, siempre que alcancemos el estado anterior a la tempestad. Así, todas las noches, cuando nos despertamos langucientos y exagerados, no sabremos a qué hemos venido ni por dónde tenemos que salir.

Disco de la semana: Marcos Valle – Túnel acústico

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