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Insospechadas consecuencias

Durante décadas la clase obrera luchó por la tranquilidad en la vejez, es decir, porque no faltarán ni sustento ni cuidados para quienes ya no podían trabajar y valerse por sí mismos a causa de su edad avanzada. Por suerte, de mejor o peor manera, se ha logrado, pero a un precio insospechado: no nacen niños. En las sociedades humanas previas a la creación del sistema de protección para la vejez, la gente, por más pobre que fuera, no tenía más remedio que casarse pronto y tener cuantos hijos pudieran, era una inversión de cara al futuro: si sobrevivían a la infancia, cuidarían de sus padres en la vejez, del mismo modo que ellos de adultos harían lo mismo esperando lo mismo.

Ahora hay varios factores que desincentivan el nacimiento de nuevas generaciones: estancamiento del poder adquisitivo de la unidad familiar aunque ambos progenitores trabajen, deseo de las generaciones en edad de procrear de darles a los hijos una vida mejor que la que ellos tuvieron en su infancia y juventud (algo por ahora un mito más que una posibilidad real), inestabilidad laboral acusada, ruptura del modelo tradicional de familia nuclear, fiscalidad abusiva para los estratos mayoritarios de la sociedad, concentración de la riqueza de modo marcado e insolidario, hedonismo y falta de madurez en numerosos miembros de las generaciones más jóvenes, escasa protección a la maternidad y problemas graves de acceso a la vivienda, por citar lo que más puede afectar al hundimiento de la natalidad en España.

También, erróneamente a mi juicio, se habla de que la caída de la natalidad es por la secularización y el progreso de la mujer en la sociedad. Miren, más progresistas, feministas y secularizadas que estaban las sociedades del bloque socialista, no pueden estar las nuestras y la natalidad se hundió al final con la crisis de su desintegración, no antes. Pero bueno, es un discurso que se vende bien por todos los elementos políticos del sistema, sin excepción, por lo que huele a excusa para ocultar los motivos más graves ya expuestos en el párrafo anterior. Pero es que una sociedad sin nuevas generaciones, es una sociedad que se hace trampas al solitario: no tenemos hijos para darles un futuro mejor a los pocos que nazcan, pero si no nacen, la sociedad (y su sistema de protección contra la vejez) no se sostienen tal cual los conocemos. Es decir, que el no tener descendencia desbarata el sistema de protección contra la vejez que vino a mejorar y sustituir el viejo modelo de hijos que mantenían y cuidaban a sus padres ancianos. Nos hemos hecho una trampa al solitario. Y bien gorda.

Gorda porque sólo hay dos alternativas para salir del atolladero sin incrementar la natalidad: la que se está poniendo en marcha, es decir inmigración (con todas las problemáticas que conlleva para los que están y para los que llegan) o repartir mejor el pastel de la riqueza, es decir, una revolución de verdad porque las políticas reformistas se basan en la subcontratación de la natalidad al Tercer Mundo vía inmigración y no en crear un sistema realmente justo y sostenible.

Ustedes verán, pero a mis 45, por lo que pueda ser, me estoy plateando tener una buena huerta para que, por lo menos, aunque la cultive ya muy anciano y deteriorado, tenga qué comer ya que, como tantos, mi señora y yo no tuvimos más remedio que hacernos la puñeta y tener sólo una hija y -encima- ya mayores, gracias a la Gran Recesión, ésa que vino tras la gran juerga de los ricos y que sufrimos los currantes de 2007 a 2016.

En fin, damas y caballeros, socialismo o barbarie. ¿Qué les parece?

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