En las últimas semanas, hemos presenciado un inusitado carrusel de personas que se dirigen a los juzgados, algo que no era habitual. Pero cuando surgen incongruencias que apuntan a una trama mayor, se genera un desfile de figuras que recuerda a las grandes tardes de toros, pero en este caso, el espectáculo no es en las plazas, sino en los tribunales. Esto es producto de una justicia que, tras años de ser amordazada por los efectos de un gobierno cada vez más alejado de la libertad, busca recuperar el control total de los poderes del Estado, al estilo de las políticas bananeras, tan alejadas de los principios democráticos que deberían regir en un país como el nuestro.
Cuando no se puede dar explicación ante los hechos aún no probados, pero sí ante los indicios de actos delictivos, se alimentan las sospechas que originan estos procesos. Cada vez más personas se ven involucradas, y la pelota sigue pasando de un lado a otro sin que se logre una aclaración; en lugar de resolver el caso, se enreda aún más la trama, convirtiendo estos hechos en algo completamente inusual.
El señor Aldama parece involucrarse cada vez más, lo que arrastra a aquellos que inicialmente lo negaban, demostrando que busca un acuerdo con el Ministerio Fiscal. Mirando lo que ha sucedido con otros implicados en escándalos similares, parece que en algunos años, los responsables de «guante blanco» estarán nuevamente en la calle, sin sufrir las consecuencias que deberían afrontar.
Cuando un imputado no sabe el origen de su dinero, posee 23 teléfonos móviles en su casa y, encima, encuentra 54.000 euros bajo una losa, está claramente contribuyendo a agitar el escándalo, emitiendo un hedor repugnante que revela una trama plagada de sombras. Estos hechos se asemejan más a una película de suspenso que a la realidad, y si a eso añadimos propiedades pagadas con dinero público o alquileres financiados con fondos de dudosa procedencia para «amigas» de los políticos, el olor llega hasta los tribunales.
Nuestra política lleva años inmersa en el barro. Nuestro país necesita un cambio de rumbo, nuevos aires en la política, y lo más importante, que la honestidad no se quede en una promesa, sino que se ejerza de manera efectiva. De lo contrario, estamos condenados a seguir por un camino que nos lleva a la perdición.