Todos recordamos el desastre del Titanic, un suceso trágico de grandes dimensiones, que, a pesar de pedir ayuda al RMS Carpathia, no llegó a tiempo. Aunque los hechos de 1912 podían ser comprensibles en el contexto de su época, hoy, en una sociedad marcada por la inmediatez y la tecnología, no deberían ocurrir tragedias similares. ¿Es posible que, en el desastre de Valencia, las instituciones no tuvieran sistemas de emergencia correctamente comunicados?
Dejo esta pregunta en el aire, ya que lo ocurrido es un cúmulo de circunstancias que resultan inexplicables en los tiempos que vivimos. Es necesario ser críticos con todos los actores implicados, no solo con unos pocos, porque las consecuencias de este desastre han sido catastróficas.
Cuando la ayuda es urgente, no debería ser necesario solicitarla; mucho menos cuando, por interés propio, se recurre a leyes o se actúa a espaldas de la sociedad. La actitud del presidente del Gobierno, al dar la espalda a aquellos que le dieron su apoyo, es inaceptable. Debemos recordar que el Gobierno está para tomar decisiones y liderar, no para quedarse sentado esperando a ser suplicado.
Este comportamiento arrogante y despectivo hacia los ciudadanos solo genera desasosiego, algo que después se refleja en las calles de Paiporta. Es como si se permitiera un desequilibrio para luego intentar limpiar la imagen de forma superficial.
Este tipo de actitud no solo es una falta de ética política, sino que ya no nos sorprende. Debemos centrarnos en apoyar a las víctimas, aquellas personas que lo han perdido todo, y recordar que esta tragedia ha costado vidas. Estas víctimas son nuestros hermanos valencianos, y no debemos olvidarlo.
Los políticos deben cumplir con su rol, ser verdaderos servidores del pueblo. No deben centrarse en disputas vanas ni en el juego del «y tú más», sino ser los primeros en ponerse al servicio de sus compatriotas. De lo contrario, estarán quebrantando el compromiso que juraron o prometieron ante la ley.