En la mitología griega, Cronos se erigía como la deidad del tiempo, el dios que gobernaba el paso de las horas y encarnaba el transcurrir de los días. Hoy, en la sociedad moderna, esa misma sensación de tiempo en fuga parece dominar nuestras vidas, con las manecillas del reloj moviéndose a un ritmo frenético. Sin embargo, para el Ministerio de Transportes, el tiempo parece haberse detenido o incluso retrocedido. Se ha convertido, paradójicamente, en el Ministerio del Tiempo, más centrado en un caos digno del pasado que en el avance hacia el futuro.
El concepto de «caos» se define como un estado de desorden y confusión, y en la antigua Grecia, este desorden prevalecía hasta que Zeus destronó a Cronos y puso orden en el cosmos. De forma similar, ese caos es el que se vive hoy en los andenes, estaciones y transportes de nuestro país. Miles de ciudadanos, tanto nacionales como extranjeros, sufren la consecuencia de la desorganización y el descontrol, y en lugar de asumir responsabilidades, se culpa a otros.
Las cifras no mienten: cerca de 15.000 personas han visto sus viajes interrumpidos por descarrilamientos, fallos en la gestión ferroviaria y un descontrol ministerial evidente. Y lo más sorprendente, por no decir indignante, es que el máximo responsable, el ministro Óscar Puente, elude su responsabilidad, culpando a Renfe y ADIF. Esta actitud refleja la vieja máxima: quien mucho abarca, poco aprieta. No se puede gobernar tapando errores ajenos mientras se descuidan las propias áreas de gestión.
Puente, quien alguna vez elogió al presidente del gobierno como «el puto amo», parece haber heredado, en cambio, el título de «amo del caos». En lugar de resolver las crisis, se especializa en gestionarlas con un manual que más bien parece diseñado para encubrir errores y evitar rendir cuentas. Sin embargo, lo que España necesita no es un gobierno que tape vergüenzas, sino ministros que asuman su responsabilidad, que trabajen con dedicación, y sobre todo, que recuerden que el ciudadano debe ser siempre la prioridad.
No necesitamos más egocentrismo en la política. Lo que realmente hace falta son líderes que se ensucien las manos, que suden la camiseta y que no se olviden de que están al servicio del pueblo, no de sí mismos.