Pasando por una calle muy transitada del pueblo, a diario se ve en la plaza más céntrica y emblemática que tenemos, a un grupo de jubilados que junto a un banco en calurosa conversación algo subida de tono, hablan lo mismo que discutieron ayer y que volverán a discutir mañana: Lo mal que está España: ¡Cuánto descontrol! ¡Qué de gente empeñada en vivir a costa de otros; qué de ladrones, de asesinos, estafadores! ¡Cuánta injusticia, cuánta hipocresía, cuánto dolor, cuánta miseria en los pobres!
¡Están todos locos! -exclama uno.
¿Y qué me decís -salta otro- de cómo está el tiempo? ¿Es que el tiempo no está loco? ¿Cuándo se han visto tan enfurecidos los elementos atmosféricos? Inundaciones, volcanes, terremotos… Y pare usted ahí. ¿Quién entiende esto?
Sigo caminando y sonrío -aunque no está la cosa ni para sonreír siquiera- pensando en lo último que escuché: ¿Quién entiende esto?
Yo les diría: Para entenderlo, dejar las miserias colectivas y pensar en las individuales. Y si somos honrados, nos acordaremos de nuestras ambiciones, nuestros deseos de acumular riquezas aunque tengamos que pisotear al otro, de ser yo más que mi vecino, de tener el coche más caro del barrio. De tener todas las comodidades posibles, sin acordarme ni una vez del necesitado que no tiene nada. Ni de respetar el medio ambiente ensuciándolo todo y tirando mi basura y los cascos vacíos de cervezas donde se me antoja, y dejando las cacas del perro en las aceras para que otros las pisen; robos, odios, violaciones, y muchas más. Haciendo uso de nuestra libre manifestación en las cosas, atropellamos el orden y la libertad de los demás.
Luego, leyendo los periódicos y a través de las redes sociales nos alarmamos y se nos encoge el corazón ante tantas guerras, crisis, miserias, hambre, egoísmos, proselitismo, favoritismos y otros ismos. Y si esto fuera poco, espantosas catástrofes ambientales.
Cervantes dijo: “La historia es espejo de lo pasado y maestra de lo porvenir”.