En un refugio que es igual al que proporciona una habitación llena de pájaros no llegan los ecos de los cantos de sirenas ni las sirenas de los cánticos de la ciudad. A esa amargura ácida, donde se mezclan los sabores del café de media tarde y los regüeldos del postre de medianoche, no se acercan ni por asomo los deseos y los sueños de un pequeño cobarde amilanado por su propia circunstancia. No ha lugar para el desamparo cuando el gusto supera al regusto y los cachivaches suplantan los posibles baches. Es una travesía elegida por definición y no sugerida por reclamación. Del bochinche que voluntariamente se deja atrás no queda ni el eco de una segunda y segura opinión. Será por eso que siempre quise salir de la zona de control, o de la fosa de confort, como conviene llamar a ciertos conceptos. Como un camarlengo de espacios apóstatas, irresponsable de su propia responsabilidad, asumo la pertenencia a una raza y a una bandera sin condiciones ni condominios, apátrida y asimilada a un territorio común apenas habitado. La autocrítica y la autoconciencia no tienen por qué ir de la mano, ni deben su condición a relación alguna con los asuntos del alma. Es de creer que la cuestión es urente y la canción urgente, de ahí que aún andemos buscando el sonido apropiado para contarla.
El momento de actuar vuelve a solaparse con el tiempo de reposar. Nos pierde la urgencia por la dependencia, la incapacidad de la sagacidad y el embuste del fuste. Nadie es más que nadie, aunque algunos creyeron vencer. Si les doy la mano me partirán el hombro, y si me ofrecen la muñeca se torcerán un tobillo. Cuando el cerracatín del grupo pretenda tremolar su mal gusto y peor conciencia no le intenten arrebatar razones, pues su pendón penderá mejor de lo que dependerán los suyos. No hay culpa, pero tampoco duda. El temblor inminente acompasará el temor impenitente, y este a su vez volteará y resolverá toda vacilación y esperanza. A remolque de la anterior conversación bizantina, tampoco comprenderemos esta, así que deberíamos pensar en los birlís que quedarán al final del libro que jamás escribiremos. La de veces que he pensado en repensarnos, y la de heces que he encontrado en reencarnarnos. No se necesitan correligionarios para formar parte de una comunidad herida, ya acuden ellos solos como miel a las patas de la abeja. Es un argumento írrito, un hecho ineludible, un techo inevitable, como el de cristal que aún aseguran haber visto en algún sitio no concretado. Deben pertenecer a ámbitos áulicos sin habérnoslo dicho. Otra mentira convertida en ilusión.
Me dedico a barzonear, me decido por el camino adverso al que toman los aplacientes, tan falsos y entregados a la astucia que repelen a todo aquel que se cruce en su camino. Nada de eso será verdad, todo aquello volverá a verdear y la mentira resolverá su final. El ánimo ancilar poco puede servir a la creación de un mundo mínimamente superior a este que intentamos superar. Repuestos de la vocinglería inútil, compuestos a la idolatría fútil, observo y me reinicio en paisajes antiguos, incorruptos y ambiguos, donde las primeras veces son las últimas. Allí ignoro si el cálamo que inserta versos en ríos, aves y montañas los surte también de poesía o pone la música que el viento se niega a llevarse a otro lugar. La existencia es tan pura que la insistencia supura ronchas de malas hierbas y negruras profundas y volátiles. Salgamos del agujero por unos instantes.
Para revolcarse y volver a volcar tus residuos en el territorio colindante se debe actuar con premura y sigilo para que no se revierta la situación o se diviertan en la ecuación. Las incógnitas, en cambio, siguen sin resolverse ni las pantallas sin encenderse, y así de perdidos están quienes dejaron de valerse por sí mismos para reconvertir las plegarias originales en orgullosos himnos de odio. Sólo tienen que comprobarlo por sí mismos, tampoco habrá demasiado por lo que sorprenderse. Prenderse y contenerse ante la realidad. Arrepentirse y revenirse. Descolocarse y recolocar. Menos males ante muchos más remedios. Ese es el equilibrio indeseado, porque de producirse en algún lugar del espacio-tiempo es muy probable que alguien haga derrumbar los ejes que nos manejan.
Disco del mes: Garbayo – La onda expansiva