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INSIDE PC

AÑORANZA

El penúltimo día de agosto cuando aplacó la canícula, subió a la explanada del castillo para contemplar antes de marcharse la belleza del pueblo, que no volvería a ver, hasta el próximo año en sus vacaciones. Desde la prominente altura, divisó su calle y su casa, y rememoró sus juegos de niño, su primer beso a la chiquita de ojos azules que le quitaba el sueño, el instituto donde había completado el bachiller…

Las cúpulas de las iglesias le saludaban con sus contornos y estética permanente. Aunque desde aquí no podía verlo, trajo a su mente la imagen del parque en su reciente feria pasada, materializando las casetas, las luces de colores, el tronío…

Todo esto lo conjugaba en un tiempo ya ido, en efemérides de tristeza. Cuando volvió a la realidad sonrió. Sonrió acordándose de los buenos momentos que había pasado. Lo bien que fue acogido por familiares y amigos, que se desvivieron en atenciones con él, sintiéndose rodeado de cariño y auténtica hermandad. ¡Tal es el carácter y la entrega de los azuagueños!

 Toda la blancura que estaba contemplando desde la altura, perdía algo de valor con lo que vivió en sus calles, con la amabilidad de sus gentes.

Azuaga es así -se dijo. ¿Pero cómo yo que también soy azuagueño, en el lugar en que resido donde me ha llevado mi trabajo, suelo mostrarme nostálgico y callado añorando en la distancia? Cambiaré. Llevaré conmigo la alegría. Presentaré ante los demás el estandarte de afabilidad que nos caracteriza. Es nuestra manera de ser.

Y algo filosófico   añadió: – “La  visión  profunda  del  ser humano, hay que encontrarla dentro de uno mismo. A veces, hacerse como niños, para engrandecerse como hombre.” Queramos o no, formamos parte de un universo, y tenemos que vivir en armonía con lo que nos rodea. Estar en la justa medida, como la sabia distancia de los astros. Echó una última mirada al sol que ya se escondía en la lejanía escoltado de cendales rojos, y vio cómo las nubecillas se disolvían. Los mismos cendales con que él subió por la tristeza de su partida. Llegó a la alta explanada como ‘piedra,’ para contemplar las piedras; y bajaba la escalinata hecho corazón. Así, en beneficio propio, se le haría más corto todo un año de espera para volver. Fue receptor de cariño y atenciones mientras estuvo entre nosotros, y de ello guardaría magnífica memoria.

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