En primer lugar, me hubiese gustado mandarles el otro artículo que tenía redactado, pero como en este país hay que tener un tacto exquisito y no cuestionar tabúes ideológicos, mejor me muerdo la lengua, vaya a ser que algún colectivo se ofenda, aunque no haya ofensa alguna en mis palabras. En este país en ciertas cosas es muy complicado, hasta peligroso, opinar de ciertas cuestiones, a no ser que sea para repetir como un loro la versión oficial de cómo es nuestra sociedad o de cómo tiene que ser, aunque no lo sea.
Entrado en lo que sí van a poder leer sin meterme en problemas, la Historia es mi profesión, por lo menos su enseñanza. Además, uno procura tirar de memoria cada vez que se encuentra con una contradicción
Ahora les voy a poner un ejemplo de contradicciones, y gordas.
Érase una vez la recién nacida Unión Europea poco después del tratado Maastricht (1991), ése del que Anguita decía que iba a ser nuestra ruina. España había pasado por una primera ronda de privatizaciones industriales y cierres, por obra y gracia de los gobiernos socialistas de la época, es decir, lo que se vino en mal llamar reconversión industrial. El sector público industrial se llevó el peor varapalo que se podía imaginar, al punto que industrias clave fueron privatizadas o cerradas (por no hablar del sector minero). Se nos empezó a meter en la cabeza, mejor dicho, nos fueron convenciendo, de que lo público no podía ser rentable y que la gestión pública era una mala gestión, que el sector privado lo hacía mejor.
Volviendo a Maastricht, en el Tratado, se hacía hincapié en la “liberalización” de los mercados, lo que se tradujo en España en la segunda ola de privatizaciones: Endesa, Repsol, Telefónica, Argentaria (la banca pública). Pero, es que eran empresas rentables. Así y todo, Aznar decía que viva el ladrillo, la “flexibilidad” (precariedad) y las privatizaciones para reducir el déficit público. El caso, es que el Estado va y se queda con lo que no era rentable en aquellos momentos, como los astilleros o el sector aeronáutico. Según parece lo que es rentable se vende y lo que no lo es que lo pague el contribuyente, como los rescates bancarios de una década después (banca privada, “ejemplo de buena gestión”, ya ven, pagar pagamos siempre que sea para nuestro mal y para el bien de los poderosos).
Pues miren ustedes por donde, da la casualidad de que lo que no era rentable, ahora lo es. Los astilleros (Navantia) son rentables, CASA (construcciones aeronáuticas) se integró en Airbus y es rentable, Indra (también de capital público) es rentable. Mira por dónde, la industria pública ES RENTABLE y de vanguardia, tiene la capacidad para serlo si se invierte y se administra bien. Además, para que lo sepan, sus beneficios van a las arcas públicas, siendo pan para hoy y para mañana, porque las privatizaciones han sido y serán pan para hoy y hambre para mañana (salvo que tengan unos mil milloncitos en el banco, claro).
Y es que, por si no lo saben, los sectores industriales, como cualquier empresa, pasan por altibajos al calor de la demanda y de los ciclos económicos, momento en el cual, en este pobre país nuestro, en más casos de los que nos convendría, se ha aprovechado, por parte de PP y PSOE, para vender, cerrar y privatizar. Eso sí, so pretexto de que “no es rentable” o de que “lo público no funciona” (como andan desde la derecha con la sanidad y la educación desde hace treinta años lo menos). Lo que no es rentable es tener un país desindustrializado, con precariedad laboral y salarios malos, eso sí que no es rentable: la población se empobrece y las potencias mundiales y sus financieros se ríen de nosotros.
Por ello, estimados lectores, cuando los gobernantes quieran vender algo público o menoscabarlo para que lo privado haga negocio, no se fíen, manifiéstense, salgan a la calle, protesten (todo ello de acuerdo con la legalidad vigente, recalco por lo que pueda ser), por su bien y por el de todos. Allí me encontrarán a mí también, pancarta en mano.