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DESDE EL JERGÓN

Vestidos de domingo una tarde cualquiera nos vendrán a buscar. Ellos no nosotros, tendrán intenciones limpias e impías como exige el momento y lugar correspondiente. Amplios y fastuosos bluyíns, impolutas y aseadas orejas e infinitas y despampanantes piernas con las que bloquear la puerta de entrada. Entonces será cuando los empujones proliferen y las armas a las que nos enfrentamos dejen de hacer tanto daño, o al menos el mínimo que se les exige. A los entes heterótrofos no se les debe entregar el poder, y ese es el error y el horror y el hedor al que debemos someternos tras cometer dicho pecado o acometer el más pesado de los quehaceres. Rehacerse y continuar. Reflejarse y consumar. Reflotar el barco hundido desde los pecios hasta la nueva quilla. Velar por los pobres de espíritu y no perecer en el intento ni parecer otro invento. Ya sabemos dónde está la clave.

Ahora reina la impudicia y la inmundicia parece fascinar. En el más reciente capítulo de la serie que enumera las sombras y las huellas el protagonista se cuelga del árbol más bajo y se desgañita de semen por la cornisa de sus sueños más húmedos. Esa es la otra clave, la de saber hasta dónde y cómo debemos llegar. ¡Qué falsas costumbres estas, y cuánta mala baba por salir de bocas y manos acabadas en su infortunio! Si soy irónico discúlpenme, si sueno icónico insúltenme, que a estas alturas pocas cartas puedo guardar ya en la manga. El mar de la tranquilidad junto a alguien que nunca leerá en los posos del café es sólo el mal menor al que aspiro después de corroborar todas mis sospechas. El otro, el grave de verdad, ese que puede causar la destrucción masiva de todo poder, aún está por venir. A no mucho tardar, sin temor a equivocarme, podré desearles un nuevo y feliz imperio, o en su defecto un viejo y completo improperio. Aférrense a ello, porque todo les parecerá icástico y virginal como un amanecer en tierra ajena.

Las promesas también pueden ser caducifolias desde el momento en que están hechas de hojas escritas, no de palabras, y las letras pueden ser borradas por el tiempo y barridas por el viento. Es una forma de olvidar que duele y que provoca ansias difícilmente superables. La amaxofobia, por decir alguna, está directamente emparentada con esa sensación de querer llegar a alguna parte por medios imposibles. Siempre habrá algún obstáculo, alguna piedra en la rueda o algún radio superior al diámetro que provoque fisionomías improbables. Los mitos se arraigan en el bulbo raquídeo a la vez que los ritos se irradian en el bulto raquítico. Para seguir peleando necesitamos recazos que no hieran pero adviertan, por si algún despistado aún no está listo para la batalla. Y no se trata de huir ni de atacar, sino de todo lo contrario. A la revolución desde el sillón, a la revelación desde el sifón, y vuelta a empezar. Las crenchas se estrechan cuando las trenzas se ensanchan, y harán falta muchos cueros para enlazar las cuerdas que nos separan. Alguna vez nos unieron, por eso ahora creen que nos urdieron.

Como entre la borrina cegadora surgen sombras y contrastes inesperados, así el recuerdo de lo que pudo ser y nunca será se camufla entre el reflejo de lo que en verdad es. Siempre hemos caído rendidos ante el peso de la historia, entreverando de bulos lo que no son más que hechos no contrastados por las fuentes secas, pero jamás habíamos visto zangolotear a tantos que no encajarían ni en sus propios huesos en pos de una post verdad postergada y posterior a todos los postes de la impostura. Más allá de todo eso puliremos la factura antes de pasarla al portador de todos los males, o eso creeremos una vez más. Sin someter a nadie a ninguna ordalía ni acolchar las mentiras con sustancias gosipinas a punto de quebrantar certezas, el juicio parcial no puede nublar el sentido de enjuiciar las nubes del sentimiento. Debemos y podemos hacer que todo cambie, pero sólo usando el vitriolo que lo pulverice.

El deber ahora es hispir los bártulos y ahuecar el ala rota antes de departir sin destino ni razón. Lo que nos queda es el momio de no haber sabido llegar a donde otros partieron. Sin que eso signifique nada ni dignifique a nadie, al acabar la guerra se inicia un nuevo orden, que es el viejo desorden que tanto nos costó alcanzar.

Disco del mes: Elemento Deserto – Santoral

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