El filósofo Daniel Innerarity ha escrito recientemente que defender hoy la democracia frente a los avatares asociados a la llegada a las instituciones de una especie de internacional del odio a través de partidos de extrema derecha no pasa por intensificar el combate entre la izquierda y la derecha, sino por acudir en ayuda de la derecha clásica, que no se está entendiendo correctamente a sí misma. Decir y razonar que hay que acudir en ayuda de la derecha clásica para defender la democracia puede escandalizar o extrañar a muchos, pero merece ser pensado. Puede producir salpullidos en la izquierda o entre quienes se consideran a si mismos como progresistas, ciertamente.
Pero, ¿por qué llega a esta aparente contradicción el filósofo español? Porque el elefante está ahí, en medio de la propia habitación y hay quien no lo ve pero amenaza no sólo la habitación (entiéndase, la democracia) sino a los que hay dentro que somos todos y eso requiere de una revisión de ciertos principios e ideas que hasta ahora eran intocables. Es cierto que el progreso en la Historia ha venido siempre de la mano de los progresistas y nunca de los conservadores; especialmente cuando nos referimos a los derechos como personas, como trabajadores y en la lucha por eliminar las desigualdades. Pero, sentados y afianzados dichos principios como irrebatibles e irrenunciables, no es menos cierto que hoy día ciertos movimientos y situaciones que solemos calificar como progresistas no lo son del todo. Sirva como ejemplo el concepto de crecimiento vs decrecimiento que enfrenta posiciones de progreso o de conservación en el planeta de cara a la supervivencia de la especie humana.
Defender a ultranza la conservación de la naturaleza no solo no es una actitud conservadora sino de auténtico progreso. O promover la desaceleración del crecimiento puede no ser reaccionario sino todo lo contrario. El progreso no es el camino hacia un fin prescrito, sino la apertura hacia lo mejor. La idea de progreso es más bien un espacio de posibilidades de mejora que hay que explorar y conquistar y no tanto un dogma, una fe absoluta en lo que ha dado buenos resultados hasta ahora. Y si el progreso ya no es lo que era, ¿qué sucede con su opuesto, el conservadurismo? ¿Es lo mismo ser conservador que reaccionario? Pues no. Querer conservar algo no es necesariamente reaccionario. Lo reaccionario tiene que ver con la nostalgia de otros tiempos, con el negacionismo, con el individualismo o egoísmo de los nuestros primero, con el machismo, con la asociación entre inmigración y delincuencia, etc, etc.
A los reaccionarios se les ha parado el reloj y se enfrentan a una sociedad que rechazan de plano. Por eso se puede discutir con los conservadores acerca de lo que merece o no ser conservado, pero no es posible negociar con los reaccionarios sobre el alcance de sus soflamas porque suponen dar pasos atrás, cuando no resucitar a fantasmas pasados. Y por eso resulta imprescindible diferenciarse de ellos, no intentar copiarlos, no fundirse con ellos hasta confundirse y, de paso, confundir al electorado. En tiempos de zozobra política-y este lo es – el mejor servicio que se le puede hacer a la democracia es distinguir entre los conservadores y los reaccionarios. Esto puede interpretarse como un intento de ayuda al principal partido de la derecha española pero no lo es; se trata tan sólo de tratar de evitar que su destino sea el de estar irremediablemente atado a los reaccionarios de las derechas más extremas, hasta verse sobrepasados por ellas.
Recuerden la terna de la foto de Colón, ya sólo queda uno de ellos. En definitiva, se trata de transmitir la idea de que aún están a tiempo de seguir aspirando a ser representantes del liberalismo conservador y ser un partido de Estado en la España de hoy. Mañana puede ser tarde.