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LUCI  Y  FRAN

Aquel l5 de agosto, en el ocaso, la mar estaba serena. La delgada línea del horizonte, era un sutil cosido donde se unían dos inmensidades. En la inmensidad celeste, el globo de fuego escoltado por algunas nubecillas ocres, despedía sus últimos rayos en el atardecer apacible. Luci, había dejado la cristalina arena de diamantes, y adentrándose unos metros de la orilla jugueteaba en el agua, que no llegaba a cubrir sus rodillas. De pronto, desplegó su falda que llevaba enrollada y esparció en el preciado líquido una docena de rosas rojas, que bien por capricho de Neptuno, o por el anhelo que emanaba de su pecho, éstas, fueron formando la figura de un corazón, al tiempo que el agua las distanciaba. Aún quedaba una porción de sol en la lejanía; en su bello rostro pudo apreciarse cómo dos perlas brillantes resbalaban por sus mejillas. En las algodonadas nubes le pareció ver la caprichosa forma de un torreón, que ella bien conocía, cuando veraneó el año anterior a un limpio pueblo de la campiña sur. No sería exageración si digo que en otras halló similitud con el perfil del rostro amado. Acto seguido, siempre con la mirada fija por donde el astro Febo se escondió, y cual si se  tratara  de un rito, Luci, se despojó de su corpiño dejando ver unos senos alzados llenos de vida, que en la piel de mujer es naturaleza abierta.

Todo estaba completo y todo se estremeció. Ya no importaba la brisa, ya no importaban las rosas, ni aún el motivo, ni la memoria. Si un astro hermoso desapareció, otros dos astros firmes, triunfales, encendidos, enriquecieron el embrujo del agua calmada. Oh, senos de mujer, a los que Pablo Neruda calificara de trigo, pan, cumbre del alimento y del deseo. ¡Oh, fruto carnoso!, ¡Oh, celestial redondez!, ¡Oh, cimas de alabastro cuyas aureolas se adornan con rubíes!. ¡Que rompes blusas!, ¡Rompes corazones!, ¡Rompes recatos!…Cuando salió del agua, Luci caminaba pensativa por la ribera, de vuelta a casa. El piar de las últimas gaviotas la acompañó durante un trecho. Dada su insistencia, la bella fijó su mirada en ellas. Creyó que las aves peleaban entre sí; y en el revuelo, una soltó algo que llevaba en su pico. Se volvió y recogió de la arena el minúsculo objeto que había caído. ¡Dios!…¡Una alianza!. ¿Qué significaría?…A  pesar  de  la escasa luz, pudo leer lo grabado: “15  de  agosto… Te  quiere, Fran”. Con la mano cerrada la apretó sobre su pecho. No lo contaría a nadie. ¿Para qué?  No la creerían.

Aquella noche no pudo conciliar el sueño. Vueltas  y más vueltas con la almohada…Linda sirena de cabellos húmedos, por el sudor que le producía la excitación y el deseo por Fran. Y siempre, en el misterioso enramado de su cerebro -que a veces llega a tocar la bóveda del cielo- las mismas imágenes: Las limpias y anchas calles de aquel pueblo, sus paredes nacaradas, que con su blancura, canta la albura de las almas de sus habitantes, sus plazas de cristal, donde la luz se hace poesía, los pilares sacros de su catedral purificados de incienso que son las oraciones, los fuegos y el amanecer en el castillo, su Cristo, su parque, sus terrazas, sus amigos…A la mañana siguiente, se levantó con dolor de cabeza. No había dormido. Si al menos estuviera con su Fran.  Su “naife” como ella lo llamaba a veces. Pero él no vendría hasta Navidad, ¡y quedaba tanto!. Por  la  tarde  fue  a la biblioteca, y de vuelta en su  portal se acordó de recoger la correspondencia del buzón. Sonrió cuando vio que había carta de  Fran. 

La abrió con dedos nerviosos. ¡No puede ser!…¡No puede ser!…Tuvo que sentarse en  la  escalera, embargada de emoción. Le decía que él llegaría al día siguiente ya que ella no podía venir. A las doce de la mañana paseaba nerviosa en la estación de autobuses. Cuando llegó y lo vio descender, su corazón latió con fuerza. Los dos corrieron uno hacia el otro picados por la espuela del amor. ¡Oh ángel!, ¡Oh cisne!, ¡Oh locura! (Aprovechaos ahora vosotros los enamorados, los que sentís arder vuestra sangre y la ofrecéis vehementes al ser amado. Aprovechaos, que aunque el verdadero amor nunca se apaga, nadie puede evitar que se mitigue). Se fundieron en un abrazo. Ella, colgada a su cuello, giraba y giraba…, mientras él la abrazaba   por   la cintura…

Divino fue el momento. El alma, tuvo hambre. De terciopelo el cielo. La tarde se embriagó de carne viva. Mi amor… Mi amor…, se decían. Mi amor… Mi amor…, se besaban. Una bandada de  palomas blancas, alzaron el vuelo en puro apoteosis al amor. Después, suspiros…, miradas…, risas…Era cerca del mediodía.  El escape de una moto que bajaba por el camino de la Castana, despertó a Luci. Extendió su brazo derecho y allí estaba Fran, dormido a su lado. La desnudez de ambos  frente al firmamento legitimaba al paisaje de la más excelsa majestad. Tras una noche de intenso y enfebrecido amor, quedaron dormidos en una oculta planicie de la llamada Piedra de la Cruz.                

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