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Cultura
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POR J.J.CABALLERO
DESDE EL JERGÓN
Publicado el 16 de Julio de 2018, Lunes

Lourdes Paredes Cuellas

Cultura -

Suenan las trompetas del post apocalipsis. Nos cuentan una película cambiándole el final. Sabemos que hay ruido pero ignoramos de dónde procede. Vemos a gente hablando por la nariz y respirando por la boca. Reconocemos caras pero no les ponemos nombres. Nacen niños mancos que nos tienden la mano. Sentimos la muerte de un ser querido al que no quisimos jamás. Contrarios, opuestos, antónimos, antagónicos, paradójicos. Reconocibles signos de un caos que nos alienta y nos empuja a uno orden absurdo. Cuántas singladuras inútiles hemos visto derrapar en el tramo final, justo antes de llegar a la meta. Hastiados de tanto nadar sin avistar la orilla en la siguiente brazada. Arrepentidos de creernos tantas mentiras.

La tacañería no es símbolo de pureza más que para el que la practica. De los pecados veniales, que no capitales, suele ser el menos disculpable. Conozco a muchos vecinos pacatos, pagados y pasados de sí mismos, que cuentan con la aquiescencia generalizada de comandancias y presidencias comunitarias cuando sacan sus perros a ladrarle al sol y mordisquear los huesos comprados en supermercados de todo a cien. La piel y el músculo son otra cosa. No sea que al ser le deban el estar. No esté quien sea al que le deban ser. Fueron, serán y somos parte del mismo juego. El crupier no nos ha dado la bienvenida aún y ya estamos saliendo por la puerta de emergencia. Es otra de las contradicciones de las que tantas veces hemos hablado. Acometidos por la necesidad de aceptar tantas verdades.

La largueza hará que en memorias futuras de las que no tendremos memoria se nos camufle la vida de hagiografía en la que intervengan las fuerzas telúricas de turno para desmemoriarnos de alma y cuerpo. Con las puntas de los dedos nos rozamos. Con las juntas de los duelos nos tocamos. Con las puertas de los ruedos nos retamos. Con las sectas de los cuerdos nos enfrentamos. No hay entrada para quienes ya hemos decidido salir corriendo hacia ninguna parte mientras notamos presencias celestes, que no tienen mucho que ver con lo leído y falsamente aprendido. De santos vacíos de significado y saltos al vacío insignificantes ya estamos cansados. Ahora tal vez es el momento de pelear. De conocer qué se esconde tras esa ventana de una vez por todas. Asentidos por el deseo de pertenecer al rebaño.

A la próxima reunión dionisíaca estábamos invitado pero no nos apetece acudir, por la única y admisible razón de que al corazón no le hace falta golpetear desganado, como pan de oro regalado sin líneas que lo hagan lucir, y porque a cada tiempo le corresponde un determinado lugar. Inanes intentos de brillar en un cielo sin estrellas. Estrellados mares en los que ni un barco se atreve a navegar. Navegaciones sin astros ni guías que los enderecen. Derechos a la hoguera los pecadores. Pecar de apostasía sin practicar religión alguna. Prácticamente desiertos los lugares donde solíamos pensar en otros a los que nunca podremos ir. Estados de endeblez absoluta. No se puede quejar nadie de que al menos lo volvimos a intentar. Adormecidos por piezas baratas de la bisutería de cada año.

En pleno viñedo el agostado se ablanda, facilitando la tarea de los miles de insectos que aguardan, en su ataraxia de siglos, el momento justo de atorarse en las ramas. Subterráneos también, con las raíces prístinas ya conocidas, aterrando a quienes no sospecharon siquiera que un día la fuerza supliría al plañido. Hartos de estar hartos. Piensos para no pensar. Sentimientos sin sentido. Trabajos forzados de fuerza mayor. Mayormente vencidos. No divididos, ni asaeteados, ni asimilados aún a nada que pueda parecerse a lo que tememos. Si quieren saber de qué va la obra no saquen la entrada. Si pueden creer lo que les cuentan no entren al trapo. Mantenerse al margen siempre es la mejor opción. Increíble, ¿verdad? Abastecidos de oxígeno en plena calima invernal.

Terminada la función solo toca increpar al autor. Sabio, mas no sensato. Sincero, mas no osado. Frustrado, mas no aplaudido. Todos sabemos lo que puede pasar si no nos enteramos de quién ni cómo escribió el guión. El resto del tiempo, las líneas que restan hasta que lleguemos al final no las dictamos nosotros. Se nos clavarán en el pecho por toda la eternidad.


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