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Hoy es Viernes, 29 de Marzo de 2024
EL JERGON
Publicado el 21 de Junio de 2021, Lunes

J.J. Caballero

Opinión -

En ocasiones, cuando se está a punto de lucir palmito, orgulloso y vivaz, lo único que las aspiraciones nos ofrecen es un corte a ras de la guedeja, sin que esperásemos acaso saber que teníamos una esperanza más larga de la cuenta. Quedarse al borde del precipicio y no poder saltar, sentarse al filo del abismo y no saber pasar al otro lado. Pensar que, otra vez, el destino ha sido cruel con quienes no pudieron sortear sus indicaciones. El letrero asegura que el camino correcto es el de la izquierda, que por el que sigue hasta el infinito puede que nos encontremos con un barranco antes del final, y que si nos decidimos por tomar el de la derecha firmaremos una sentencia de suerte fatal. Pero también podríamos leer las instrucciones al revés, revirtiendo el navegador averiado y advirtiendo del señalizador atascado. Todo depende de que el jinete de guardia sepa hacer piafar a su montura a su imagen y semejanza.

                Hay mucho ruido de fondo. De escaleras que se acaban por bajar, de frentes arrugadas y puños cerrados al cielo. De los nuevos héroes no se puede ya esperar nada más que su propia inoperancia, por saberse inútiles en un mundo ajeno a sus perspectivas. Será que deberíamos volver al principio. Del fin. Del mundo. No hay tropo ni salmodia que salve a las palabras de perecer ahogadas o de parecer abonadas al fracaso. Sin versos ni verbos que completarlos. Sin fondo ni pozo que lo tenga. Solo construyendo la historia que luego se deconstruirá tras darse el placer de haberse reconstruido a sí misma. Ya se sabe, todo es cíclico y nadie es más cínico que nadie. En la dirección que antes rechazamos está la verdad, y ahora es la ambigüedad, el desnorte y la confusión absoluta los que reinan en la tierra prometida. Sí, hay una luz, y las morcellas lejanas nos advierten de que el fuego aún rige nuestros pasos, pero ya nos falla la orientación.

                Luego están las tasas alícuotas, el bullicio que intenta esconder la escasez. Es caso aparte el de los hipócritas que solo juegan a tantear a su próxima víctima. Se asocian con las respuestas y disocian las preguntas. Rigen y ríen a su antojo sin que nadie parezca darse cuenta del dislate. Denle otro chisguete a ese líquido que acorta la vida y hace que las relaciones sean tan livianas. Si es mejor o peor, o al final desaparece, no es ahora lo importante, sino balancear el penúltimo soplo de vida inteligente en el tobogán de los desprecios para que la nueva moneda de cambio entierre todo hálito de solidaridad. La pena es lo que llena el corazón. La cena es lo que drena el riñón. Compensación y derrota. Coronación y bancarrota. El sorteo debe continuar hasta que al más despistado se le conceda la sinecura de rigor. No requeriremos de su inteligencia, es obvio, y casi tampoco de su indolencia. Tuvimos bastante con la resaca del año pasado.

                ¿Y ustedes, los de allí enfrente, también están invitados al himeneo? La ceremonia tendrá lugar al amanecer, y las madres sin hijos deberán ir ataviadas con trapos de dudosa confección pero amables a la vista y el gusto; las hornacinas, desalojadas para la ocasión, lucirán recién pintadas y servirán para el adorno y la pomposidad que todos necesitan para retroalimentarse. Vendrán pedáneos y foráneos, contribuirán familiares y conciliares, verán la luz reacios y batracios. No se admitirán aguachirles ni cortinas de humo que puedan hacerles pensar con claridad. Hacia el final se proyectarán imágenes de vidas pasadas que nunca pudieron imaginar haber disfrutado. Ignorarán que al hablar de sí mismos están retratando al de enfrente. Arborecerán en un pis pas, rodeados de lagos de mentiras y frases hechas, saliendo a la superficie solo para tomar aire y volver a desperdiciarlo. Se convertirán en seres inopes e inconscientes, puede que inconsistentes al mismo tiempo, pero no se lo dirán a nadie.

                Si alguna vez nos vuelven a ver conspicuos o a considerar trascendentes, léanse antes las reglas de la partida. Claro que se pueden saltar las jeremiadas del final, porque no son relevantes ni antes ni después de conocer la historia. No digo que sea la verdadera ni incluso la real, pero es en la que se contienen las claves de una canción inacabada y extraña, usada como bálsamo antiguo en la reparación de almas descarriadas. Ni se esfuercen en entenderla, tan solo escuchen con la misma atención con la que obvian las cosas realmente importantes.

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Noticia redactada por :

J.J. Caballero

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