Publicado el 21 de Junio de 2021, Lunes J.J. Caballero
Opinión -
En ocasiones, cuando se está a
punto de lucir palmito, orgulloso y vivaz, lo único que las aspiraciones nos
ofrecen es un corte a ras de la guedeja, sin que esperásemos acaso saber que
teníamos una esperanza más larga de la cuenta. Quedarse al borde del precipicio
y no poder saltar, sentarse al filo del abismo y no saber pasar al otro lado.
Pensar que, otra vez, el destino ha sido cruel con quienes no pudieron sortear
sus indicaciones. El letrero asegura que el camino correcto es el de la
izquierda, que por el que sigue hasta el infinito puede que nos encontremos con
un barranco antes del final, y que si nos decidimos por tomar el de la derecha
firmaremos una sentencia de suerte fatal. Pero también podríamos leer las
instrucciones al revés, revirtiendo el navegador averiado y advirtiendo del
señalizador atascado. Todo depende de que el jinete de guardia sepa hacer
piafar a su montura a su imagen y semejanza.
Hay
mucho ruido de fondo. De escaleras que se acaban por bajar, de frentes
arrugadas y puños cerrados al cielo. De los nuevos héroes no se puede ya
esperar nada más que su propia inoperancia, por saberse inútiles en un mundo
ajeno a sus perspectivas. Será que deberíamos volver al principio. Del fin. Del
mundo. No hay tropo ni salmodia que salve a las palabras de perecer ahogadas o
de parecer abonadas al fracaso. Sin versos ni verbos que completarlos. Sin
fondo ni pozo que lo tenga. Solo construyendo la historia que luego se
deconstruirá tras darse el placer de haberse reconstruido a sí misma. Ya se sabe,
todo es cíclico y nadie es más cínico que nadie. En la dirección que antes
rechazamos está la verdad, y ahora es la ambigüedad, el desnorte y la confusión
absoluta los que reinan en la tierra prometida. Sí, hay una luz, y las
morcellas lejanas nos advierten de que el fuego aún rige nuestros pasos, pero
ya nos falla la orientación.
Luego
están las tasas alícuotas, el bullicio que intenta esconder la escasez. Es caso
aparte el de los hipócritas que solo juegan a tantear a su próxima víctima. Se
asocian con las respuestas y disocian las preguntas. Rigen y ríen a su antojo
sin que nadie parezca darse cuenta del dislate. Denle otro chisguete a ese
líquido que acorta la vida y hace que las relaciones sean tan livianas. Si es
mejor o peor, o al final desaparece, no es ahora lo importante, sino balancear
el penúltimo soplo de vida inteligente en el tobogán de los desprecios para que
la nueva moneda de cambio entierre todo hálito de solidaridad. La pena es lo
que llena el corazón. La cena es lo que drena el riñón. Compensación y derrota.
Coronación y bancarrota. El sorteo debe continuar hasta que al más despistado
se le conceda la sinecura de rigor. No requeriremos de su inteligencia, es
obvio, y casi tampoco de su indolencia. Tuvimos bastante con la resaca del año
pasado.
¿Y
ustedes, los de allí enfrente, también están invitados al himeneo? La ceremonia
tendrá lugar al amanecer, y las madres sin hijos deberán ir ataviadas con
trapos de dudosa confección pero amables a la vista y el gusto; las hornacinas,
desalojadas para la ocasión, lucirán recién pintadas y servirán para el adorno
y la pomposidad que todos necesitan para retroalimentarse. Vendrán pedáneos y
foráneos, contribuirán familiares y conciliares, verán la luz reacios y batracios.
No se admitirán aguachirles ni cortinas de humo que puedan hacerles pensar con
claridad. Hacia el final se proyectarán imágenes de vidas pasadas que nunca
pudieron imaginar haber disfrutado. Ignorarán que al hablar de sí mismos están
retratando al de enfrente. Arborecerán en un pis pas, rodeados de lagos de
mentiras y frases hechas, saliendo a la superficie solo para tomar aire y
volver a desperdiciarlo. Se convertirán en seres inopes e inconscientes, puede
que inconsistentes al mismo tiempo, pero no se lo dirán a nadie.
Si
alguna vez nos vuelven a ver conspicuos o a considerar trascendentes, léanse
antes las reglas de la partida. Claro que se pueden saltar las jeremiadas del
final, porque no son relevantes ni antes ni después de conocer la historia. No
digo que sea la verdadera ni incluso la real, pero es en la que se contienen
las claves de una canción inacabada y extraña, usada como bálsamo antiguo en la
reparación de almas descarriadas. Ni se esfuercen en entenderla, tan solo
escuchen con la misma atención con la que obvian las cosas realmente
importantes.
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Noticia redactada por : J.J. Caballero
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