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DESDE EL JERGÓN
Publicado el 18 de Mayo de 2021, Martes

J.J. Caballero

Cultura -

Saberse equivocado cuando las tornas se vuelven contra los demás. Conocerse por el camino y no llegar a conclusión alguna. Estorbar los pensamientos de otros mientras los de dentro, los de siempre, no llegan ni a palabras. Perderse en la nube del tiempo y convertirse en deuteragonista de una obra sin principio ni final. Apagarse como una vela a la luz del sol, sabiendo que ni es necesaria ni se espera que lo sea. Acomodarse en el sofá y decir que la culpa es de los de siempre, aquellos que no conocemos y solo oímos por desoír lo que se oye en nuestros oídos. Huidizos y quebradizos. Pegadizos y olvidadizos. Olvidar, por cierto, qué palabra mágica para incluirla en cualquier ucronía que se precie de incluirnos. Reescribir la historia con renglones tiesos y versos torcidos será la próxima misión incumplida.

                Orillarse para volver al mar. Desollarse para escocer al mal. Mancillarse para encoger la cal. Que quiere decir que nada ni nadie tiene sentido cuando se confunden los colores, los números y las letras. Las cifras son más desarmantes que alarmantes. Los tonos de azul, cada vez más propensos a ponerse verde; y al deletrear las últimas vocales encontramos nuevas y confusas consonantes. Contantes y sonantes. Suenan guitarras en el escenario y el connubio del piso de arriba, nunca antes consumado, se hace carne a los ojos que lo rodean. Se vicia el vicio y la sevicia se envicia. No, no he escrito envidia, porque a esa se arriman otros motivos. En vida de muchos son muchas las que anotan líneas de poder, por las que se entrecruzan rayas de virtudes innobles y maldiciones eternas. De depresiones y sueños locos están las habitaciones llenas. De gente enferma, enmarañada en su propia paranoia e incapaz de cambiarse las lentes para ver lo que nunca entendieron, andan repletos los palacios. Quien soy yo no es lo que eres tú. Qué busca él no es lo que quieren ellas. Cómo lo contáis vosotros no es lo que creíamos nosotros. Dónde, cuándo y por qué existe la verdad. Laso, cansado y mohíno por la desidia, el sueño de despertar en otra cama, otro lugar y otra época es más apocalíptico y virtual que nunca.

                Mirarse al espejo y vomitar tu propia imagen, barbirrucia y apaisada. Condenarse a trabajos forzados como si no hubiera un ayer y aún no se vislumbrara un mañana mejor. Desvestirse dejándose la ropa puesta encima del tocador. Encorsetarse un traje a medida que no quisimos ponernos el año pasado. Nutrirse solo de voces marchitas, aburridas y repetidas en un tono monocorde y ralentizado. Arrastrarse hacia riberas nuevas, llenas de matojos desconocidos, donde las malas hierbas crezcan hasta hacerse entender. Si queremos probaturas y forzamos florituras lo mejor es dejarse llevar y no tener idea del regreso. Será imposible, o en todo caso impasible, por las expresiones que nos rodearán dado el caso. Albanados y abandonados a la suerte ajena, abrimos solo un ojo con un tatuaje en la pupila y lloramos el desenlace. A veces es mejor no saber. Otras es peor no crecer. Como suelen decir quienes piensan lo justo para no caerse por la escalera de incendios, las cosas hay que tomárselas como vienen. Lo que ocurre cuando se van no está en sus planes, cuando debería ser lo único importante. Es lo que ocurre cuando la cáfila informe se manifiesta en perpetuo cambio, mental más que físico, y nadie sabe a qué atenerse ni con quién afanarse. Dejemos de sumar para los restos.

                Otra pregunta inútil: Si caminamos dextrógiros y al llegar al final del día, del mes y del año no sabemos cambiar el sentido de la marcha, ¿es porque nadie nos enseñó o porque no nos interesa intentarlo? No respondan ahora, busquen antes la pista en algún folio en blanco o, ¿por qué no?, en medio de la oscuridad, y preparen la música de fondo. Algo leve, difuso, opaco en instrumentación y contenido. Justo como lo que están leyendo, si es que alguien le ve el final a estos desvaríos de un cacoquimio irredento. Lo único que consuela, al menos a ratos, es poder llenarte los labios del giste renovador y entregarse a la comisura de otros más silenciosos. Allí, entre los pliegues húmedos de algún acuífero oculto, puede que seamos taxativos a la hora de encontrar razones para la desesperanza. Ya se sabe que esperar y espesar tienen mucho más que ver de lo que parece, sobre todo cuando hablamos del alma. 

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J.J. Caballero

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